Ernesto
Sábato
"[...] la
simplicidad: es valiosa la de vuelta, no la de partida".
de
"Frescura" de "Uno y el universo"
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"Alguien
me pide una explicación de la teoría de Einstein. Con mucho entusiasmo, le
hablo de tensores y geodésicas tetradimensionales.
-No he entendido una
sola palabra -me dice, estupefacto.
Reflexiono unos instantes y luego,
con menos entusiasmo, le doy un explicación menos técnica, conservando
algunas geodésicas, pero haciendo intervenir aviadores y disparos de
revólver.
-Ya entiendo casi todo -me dice mi amigo, con bastante
alegría-. Pero hay algo que todavía no entiendo: esas geodésicas, esas
coordenadas...
Deprimido, me sumo en una larga concentración mental y
termino por abandonar para siempre las geodésicas y las coordenadas; con
verdadera ferocidad, me dedico exclusivamente a aviadores que fuman
mientras viajan con la velocidad de la luz, jefes de estación que disparan
un revólver con la mano derecha y verifican tiempos con un cronómetro que
tienen en la mano izquierda, trenes y campanas.
-Ahora sí, ahora
entiendo la relatividad! -exclama mi amigo con alegría.
-Sí -le
respondo amargamente-, pero ahora no es más la
relatividad".
"Divulgación" de "Uno y el universo"
--------------------
"Un
telémetro de artillería requiere el concurso de matemáticos, físicos e
ingenieros; pero puede ser utilizado por los ejércitos de un bandolero o
por hombres que luchan por la libertad. Los productos de la ciencia son
ajenos al mundo de los valores éticos: el teorema de Pitágoras puede ser
verdadero o falso; pero no puede ser perverso, ni respetable, ni decente,
ni bondadoso, ni colérico.
Sin embargo, la matemática, la física y en
general todas las ramas que han llegado al estadio de ciencia estricta, no
de simple conocimiento o clasificación empírica -Wissenschaft- tienen un
valor formativo que debe ser calificado como moralizador. En la ciencia
estricta, el yo debe ser sacrificado a la objetividad; el hombre que
investiga la naturaleza lo hace con los deseos, prejuicios y vanidades que
son inseparables de la pobre condición humana; pero, frente a los
insobornables hechos, hay un instante en que el investigador debe
abandonar sus deseos, sus prejuicios y sus vanidades; este es el duro
momento en que un verdadero científico se manifiesta superior al resto de
los mortales; si Aristóteles hubiera sobrevivido hasta el Renacimiento y
hubiera aceptado la refutación de su teoría ante la experiencia de la
Torre de Pisa, entonces habría pasado a la historia como un verdadero
hombre de ciencia. Estas rectificaciones no son fáciles; la historia de la
ciencia está llena de hombres que se aferraron a teoría falsas mucho
después que los hechos las hubieran destrozado. Los peripatéticos
contemporáneos de Galileo se negaron a aceptar la existencia de los
satélites de Júpiter; Poggendorff pasó a la historia por haber encajonado
la memoria de Mayer, descubridor del principio de la energía; Painlevé se
negaba a aceptar la teoría de Einstein; Le Chatelier comentaba con sorna
que "algunos ilusos dicen haber comprobado la producción de gas helio por
el uranio", varios años después que centenares de físicos trabajaban en la
radiactividad. La ciencia es una escuela de modestia, de valor intelectual
y de tolerancia: muestra que el pensamiento es un proceso, que no hay gran
hombre que no se haya equivocado, que no hay dogma que no se haya
desmoronado ante el embate de los nuevos hechos".
"Ciencia y moral" de "Uno y el universo"
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"En la
historia del pensamiento nos encontramos a menudo con la ingenuidad de
atribuir a Dios nuestros prejuicios éticos o estéticos. Cuando encontramos
alguna ley natural que nos halaga o satisface, nos sentimos inclinados a
pensar que es una prueba de la existencia de Dios; vanidosamente, el
hombre piensa que sólo una divinidad puede conformar sus gustos. Cuando
Maupertuis descubrió el principio de la Mínima Acción, sostuvo que era la
mejor prueba de la existencia de un Espíritu Ordenador. No veo por qué
-sin embargo- algo que satisface la pobre y limitada mente del hombre ha
de ser forzosamente obra de dioses. Vanidad semejante a la que
experimentamos cuando un autor nos parece inteligente porque piensa como
nosotros".
"Valores" de "Uno y el universo"
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"Por
razones didácticas, pedagógicas, de confort social, el hombre corta el
flujo fenoménico que constituye este raro mundo cotidiano en pedazos, que
después clasifica, rotula y coloca en estantes; de modo que ese Universo
fluyente es curiosamente convertido en una especie de Gran Despensa.
Si este atentado es cometido con una piedra que es colocada en la
estantería con el rótulo "espato de Islandia", permaneceremos más o menos
corteses, porque, al final de cuentas, su permanencia es del orden de
magnitud de las edades geológicas. Pero si, en cambio, toman un río y le
colocan el rótulo "Amazonas", ya el acontecimiento predispone al mal
humor. El Amazonas en que alguien se baña en 1944 no es el mismo que el
Amazonas en que esa misma persona se bañó en 1914, tal como lo garantiza
Heráclito de Efeso. El problema es doblemente irritante porque no sólo
nadie se baña dos veces en el mismo río sino que el río no baña dos veces
a nadie. Demostración: el Amazonas no puede bañar dos veces a Pedro por la
sencilla razón de que no hay nada que pueda ser designado con el nombre
propio "Pedro": en el mejor de los casos esta palabra se refiere a lo que
tiene algunas condiciones de "pedroso" (Cf. Russell, "An Outline of
Philosophy", XXIV). En verdad, es extraño que se considere a un ser humano
como algo inalterable e idéntico consigo mismo en el tiempo, a pesar de
que crezca, se enferme, aprenda filosofía, se vuelva loco o pierda un
brazo en la guerra.
En esta tendencia a encuadernar un código de
señales entra el hecho de clasificar a los hombres en filósofos, poetas,
sabios, alpinistas o picapedreros.
Supongamos a un alpinista, y hasta
aceptemos que es el mejor alpinista del mundo; y ahora imaginémoslo en el
momento en que se afeita. Es, en este instante, el mejor alpinista del
mundo? Sería caer en los más bochornosos extremos de la manía
clasificatoria responder positivamente. Ni siquiera es admisible afirmar
que es un alpinista común. En este instante no es ni la décima parte de un
alpinista. Para decirlo brutalmente y de una vez por todas: no es
alpinista en absoluto.
Pensemos en Sócrates comiendo con su mujer. Es
filósofo en esa circunstancia? Me imagino que Bertrand Russell suele
decir, candorosamente, como el realista ingenuo más transitable: "Me
siento a la mesa", aniquilando a su propio monismo neutro, que aconseja,
para tales ocasiones: "Uno de los sucesos de una cierta serie, causalmente
ligados en la forma que constituye la serie total que se llama persona,
tiene ciertas relaciones espaciales con respecto a uno de otra serie de
sucesos causalmente vinculados entre sí de una manera distinta y que
tienen la configuración espacial de la especie denominada mesa" (Op. cit.,
XXII). Contra esta frase se podrá decir lo que se quiera, pero hay que
reconocer que es filosóficamente decorosa y que es una de las pocas que
puede proferir en tales circunstancias un pensador".
"Transitoriedad" de "Uno y el universo"
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"El
firmamento es eterno, inmutable y sin origen", había decretado el sabio de
Estagira. Galileo se limitó a dar tres conferencias ante mil personas
sobre la estrella nueva aparecida en la constelación de la Serpiente. La
disputa se exacerbó cuando empezó a escrutar el cielo con su anteojo y a
encontrar cosas raras. Primero descubrió las fases de Venus, e hizo notar
que ese hecho era la mejor prueba de la hipótesis copernicana. Luego
descubrió los satélites de Júpiter, que si bien constituían otra prueba de
esa hipótesis eran filosóficamente absurdos: según los aristotélicos un
cuerpo en movimiento no podía ser centro de otro movimiento.
El
matemático y astrónomo Clavius, de Roma, expresó con sobriedad su opinión
sobre el descubrimiento: "Me río de los pretendidos acompañantes de
Júpiter". Otros peripatéticos, más conciliadores, afirmaron que quizá el
instrumento mismo producía los satélites; Galileo ofreció diez mil
escudos al que fabricara un anteojo tan astuto. La mayoría de los
aristotélicos, sin embargo, se negó en redondo a mirar por el tubo,
asegurando que no valía la pena buscar semejantes objetos celestes, ya que
Aristóteles no los había mencionado en ninguno de sus volúmenes.
En una
carta a Kepler, decía Galileo: "Habrías reído estrepitosamente si hubieras
oído las cosas que el primer filósofo de la facultad de Pisa dijo en mi
contra delante del Gran Duque, y cómo se esforzaba, mediante la ayuda de
la lógica y de conjuros mágicos, en discutir la existencia de las nuevas
estrellas".
de
"Anteojo astronómico" de "Uno y el universo"
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"El doctor
Lightfoot, vicerrector de la Universidad de Cambridge, mediante un
cuidadoso estudio del Génesis, encontró que el hombre fue creado el 23 de
octubre de 4004 A.C., a las nueve de la mañana".
"Creación del hombre" de "Uno y el
universo"
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"[...] los
manuales escolares han difundido la imagen de un Colón omnisciente
discutiendo ante una junta salmantina astuta, ignorante y mal dispuesta.
Es difícil saber hoy lo que en aquella reunión se discutió, pero puede
presumirse que muchos de los argumentos esgrimidos contra el Almirante
eran científicamente correctos. No es creíble que se discutiese la
posibilidad teórica de llegar a oriente partiendo de occidente: en aquella
época ninguna persona medianamente culta negaba la esfericidad de la
Tierra -que había sido medida por Eratóstenes de Alejandría. Es
probable que hubiera dos clases de objeciones: en primer lugar, algún
teólogo puede haber hablado de la posibilidad de "resbalamiento", una vez
sobrepasado cierto límite en la navegación; esta era una opinión
corriente, pues, como no se tenía idea de la gravitación hacia el centro,
se pensaba que era imposible habitar en regiones un poco alejadas del
centro europeo: San Isidro no admitía siquiera la existencia de habitantes
en Libia, por la excesiva inclinación del suelo; mucho menos podría
creerse en la posibilidad de dar la vuelta al mundo, por la misma razón
que se negaba la existencia de los antípodas, esos absurdos habitantes con
la cabeza para abajo; el propio Cicerón, ecléctico y escéptico, cree
necesario asegurar a su amigo Lúculo que no desprecia "esa creencia"
(Primeras cuestiones académicas, Libro II). El otro género de
objeción que puede haber tenido el Almirante es sensato y atendible: los
geodestas griegos habían calculado valores bastante diferentes para la
circunferencia terrestre, y el que Paolo del Pozo Toscanelli ofreció a
Colón en su mapa estaba basado en los datos de Posidonio -muy inferiores a
los reales- y en su exagerado cálculo de la extensión del viejo
continente. En resumen, Colón pensó que la distancia hasta oriente no era
superior a 1200 leguas, recorrido que calculaba hacer en cinco semanas.
Por el contrario, muchos eruditos de la época conocían los cálculos de
Eratóstenes, que son casi exactos, y que daban un valor mucho más grande
del obtenido por Posidonio. Estos cálculos demostraban que el viaje era
una locura.
A pesar de todo Colón hizo la expedición y el azar quiso
que tardara justamente cinco semanas en llegar al nuevo continente, lo que
explica que se afirmara en su idea errónea de haber llegado a las Indias.
Hoy sabemos que Eratóstenes de Alejandría había calculado con asombrosa
precisión y que Colón y sus asesores técnicos estaban equivocados. Pero
con esa clase de equivocaciones es como avanza la humanidad".
de
"Descubrimiento de América" de "Uno y el universo"
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"Galileo
fue escasamente lo que se llama una persona bien educada. Ya antes de ser
profesor en la Universidad de Pisa era famoso por sus bromas contra la
escuela aristotélica; cuando comenzó a enseñar en la facultad declaró que
las teorías de Aristóteles no eran dignas del menor respeto; escribió un
libro en que ridiculizaba el afán académico por la toga; salía a beber con
sus alumnos; componía versos de amor; armaba pendencia con los colegas
peripatéticos y se divertía en refutar sus teoría arrojando piedras desde
lo alto de la torre inclinada. En pocas palabras: usó los métodos más
eficaces para lograr mala fama en los círculos filosóficamente decentes de
la ciudad de Pisa.
Sin duda, la historia es hecha por los hombres,
sobre todo por los grandes, por los genios y héroes; pero la hacen en un
terreno elaborado, en medio de una atmósfera determinada por la propia
historia. En la alta Edad Media se gestaron las fuerzas que irrumpieron
con violencia en los siglos XIV y XV, promoviendo la industria, el
comercio dentro y a través de los estados feudales, los descubrimientos
marítimos y la apertura de los mercados ultramarinos, la explotación del
oro y la plata, y plantearon urgentes problemas técnicos y científicos en
la metrópoli. Es sintomático que buena parte de los grandes hombres de la
época estuvieran preocupados por cuestiones prácticas: Leonardo es
ingeniero en la corte de los Borgia; Tartaglia aplica las matemáticas a la
artillería, como también su discípulo Benedetti, que pone los cimientos de
la geometría analítica para estudiar el problema del tiro oblicuo; Cellini
es técnico militar; Copérnico es médico, estudia la crisis monetaria de su
país y planea el servicio de aguas para la villa de Frauenburg; Galileo
estudia la mecánica de las máquinas simples y el tiro oblicuo; Torricelli,
discípulo suyo, descubre el fenómeno de la presión atmosférica estudiando
problemas de bombeo en la ciudad de Florencia.
Naturalmente, este
movimiento técnico viene mezclado con preocupaciones filosóficas y aun
religiosas, y muchas veces la inquietud especulativa lleva a hombres como
Galileo a analizar las doctrinas aristotélicas. Pero es probable que en
estos casos la investigación fuera producto de la atmósfera general de
libre examen creada por los descubrimiento geográficos y la invención de
la pólvora y la imprenta. Parece difícil concebir una mente desaprensiva,
libre, clara como la de Galileo -este es el comienzo de "una época de
mentes despejadas", como dice Vico- en medio de la servidumbre feudal y
teológica, en una sociedad más o menos estable y sin grandes
preocupaciones materiales.
Cuando un banquero como Santángel resolvió
dar capital a Cristobal Colón no lo hacía, seguramente, porque de pronto
se le apareciese filosóficamente más apropiada la idea de una Tierra
esférica, sino, porque esa idea podía resolver problemas comerciales con
las Indias. Del mismo modo, un militar apremiado por los peligros de la
pólvora, debía sentirse más inclinado a confiar en los cálculos de
Tartaglia o Benedetti que las argucias de la escuela peripatética; en la
defensa de una plaza fuerte servía más un torno que un silogismo.
Galileo se entiendo en una ciudad italiana del siglo XVI, febril,
activa, habitada por comerciantes escépticos y por militares interesados
en resolver sus problemas de fortificación y artillería.
La fama y
la persecución fueron debidas a las investigaciones experimentales en
astronomía; pero su obra genial es la fundación de la dinámica y, sobre
todo, la aplicación sistemática del método científico, que nace con sus
trabajos.
Mucho tiempo antes de hacerse cargo de la cátedra, siendo un
muchacho de unos veinte años, Galileo era un pésimo estudiante de medicina
porque vivía preocupado con las ideas aristotélicas sobre la caída de los
cuerpos. Conocía las críticas de Lucrecio, Leonardo y Tartaglia, que
hacían pensar en la falsedad de aquellas doctrinas. Aristóteles sostenía
que un cuerpo pesado debe caer con mayor rapidez que uno liviano. Galileo
afirmó que tal idea era incorrecta; pero en vez de argüir, como era propio
de filósofos, comunicó que resolvería la cuestión arrojando dos pesas
desde lo alto de la torre inclinada. Los profesores se abstuvieron de
concurrir al desagradable espectáculo considerando indigno que se
discutiera a Aristóteles haciendo caer cuerpos, cualesquiera fueran sus
pesos. Delante de algunos amigos y discípulos, Galileo arrojó
simultáneamente dos cuerpos, uno de 1 libra y otro de 10, comprobando
todos que tocaban el suelo en el mismo instante.
Desde este momento
dedicó sus esfuerzos a fundar la ciencia de la dinámica y a combatir las
ideas del filósofo de Estagira sobre el mundo físico. Sus investigaciones
abarcaron toda la mecánica, pero su obra magna es el establecimiento del
principio de inercia. Leonardo y Benedetti habían tenido la intuición del
principio, pero en la época de Galileo seguía dominando la idea equivocada
de que ningún movimiento puede mantenerse sin la acción de una fuerza
permanente: la observación cotidiana de que un carro se detiene tan pronto
como deja de actuar la fuerza del caballo conducía a la conclusión de que
los cuerpos no se mueven sin una fuerza constante que actúe sobre ellos.
Para los escolásticos, la mecánica era una especie de capítulo de la
metafísica: se hablaba de substancias, de movimientos naturales y
violentos, de esencias y entelequias. Todo este aparato era puesto en
funcionamiento mediante la máquina silogística que, cuidadosamente
revisada y aceitada por los técnicos, producía verdades en forma
industrial.
Arquímedes de Siracusa había resuelto el problema de la
corona del rey Hierón no por puro razonamiento -como propiciaba el gran
estilo- sino mediante pesadas y razonamientos. Galileo, que había ya
reflexionado largamente, resolvió someter a la prueba experimental la ley
de la fuerza permanente. Experimentando con bolitas esféricas que arrojaba
sobre una superficie horizontal, verificó que el movimiento perduraba
tanto más cuanto menor era el roce. Imaginó entonces que en una superficie
infinitamente lisa el movimiento debería de proseguir sin necesidad de
otro impulso que el inicial.
Esta concepción resultó extravagante para
los peripatéticos, que no podían imaginar cómo un planeta podría mantener
su movimiento sin el primer motor fijo o alguna artimaña por el estilo. La
premonición platónica de que los globos celestes se movían indefinidamente
una vez puestos en movimiento (Cf. Timeo) fue confirmada por Galileo, no
por argumentaciones o por valoraciones éticas o estéticas, sino arrojando
con modestia una bolita sobre una superficie plana y horizontal.
El
principio de inercia fue anunciado por Galileo para movimientos
horizontales. Su alumno Baliani escribió respetuosamente una carta al
maestro haciéndole notar que no había razón para restringirlo a ese tipo
de movimientos. Pero el maestro no aceptó la sugestión del muchacho,
porque hasta en los genios es más difícil combatir los prejuicios propios
que los ajenos".
"Galileo" de "Uno y el universo"
--------------------
"El hombre
común tiende a la conservación de sus ideas y convenciones. Pero el peor
conservatismo es el engendrado por una revolución triunfante: el
conservatismo que la precede es indeciso, agrietado, conciliador; no se
cree en las nuevas ideas pero tampoco se confía mucho en las antiguas. En
cambio, cuando una revolución triunfa se constituye un nuevo y rígido
sistema de convenciones, que es muy peligroso discutir; en las
revoluciones políticas, el apartamiento de la ortodoxia se paga con la
vida o la libertad; en las del pensamiento, se paga con la burla o la
acusación de locura.
El hombre es partidario del triunfador. Por eso,
cuando un movimiento revolucionario está en preparación o fracasa, sus
hombres son bandidos (en el caso de la política) o locos (en el caso del
pensamiento). Pero si triunfa, son prohombres o genios. Sobre un individuo
ha estado así suspendido por instantes el calificativo de patriota o
bandido en torno de algún puente que podía saltar antes o después de la
columna revolucionaria.
Es sintomático ver cómo se orientan los
hombres débiles -es decir la mayoría- en las grandes convulsiones. Cuando
Robert Mayer presentó sus ideas sobre la conservación de la energía, el
profesor Poggendorff, ilustre filisteo, no quiso publicar su memoria, por
considerar que ese hombre no sabía no sé qué fórmula de la física y
porque, además, estaba loco. Un repudio oficial de este género es
peligroso en cualquier parte, pero en Alemania era homicida. Mayer fue
encerrado en un manicomio, donde intentó suicidarse. Cuando Lord Kelvin y
otros físicos ingleses reivindicaron las ideas del médico alemán, el
principio terminó por convertirse en uno de los pilares esenciales de la
ciencia moderna, pero también en un nuevo fetiche popular. Desde luego,
los pobres de espíritu fueron a partir de entonces sus más encarnados
defensores y se mofan de los nuevos Mayer que aparecen por ahí.
El
hombre es conservador. Pero cuando esa tendencia se debilita, las
revoluciones se encargan de renovarla".
"Inercia mental" de "Uno y el
universo"
--------------------
"La
escuela de Aristóteles hacía ciencia de la siguiente
manera:
Los
planetas son eternos.
Su movimiento debe ser, por lo tanto,
eterno.
El único movimiento eterno es el circular.
Por consiguiente,
los planetas se mueven en círculos.
Esto
parece irreprochable. No se ve, sin embargo, por qué no aceptar
directamente la conclusión, en vez de partir de una proposición que es
bastante dudosa.
Con el método silogístico se cree averiguar verdades
nuevas, cuando en el fondo tales verdades están ya contenidas en las
premisas que se aceptan alegremente; de este modo todo se convierte en una
tautología. Una de las críticas más agudas del método puede leerse en
The Problems of Philosophy, de Bertrand Russell, al analizar el
silogismo clásico:
Todos
los hombre son mortales;
Sócrates es hombre;
Luego, Sócrates es
mortal.
"En este
caso -dice Russell- lo que conocemos más allá de toda duda razonable es
que ciertos hombres A, B, C, eran mortales, puesto que realmente han
muerto. Si Sócrates es uno de esos hombres, es absurdo el rodeo de 'todos
los hombres son mortales', para llegar a la conclusión de que
probablemente Sócrates es mortal. Si Sócrates no es uno de los
hombres sobre los cuales se funda nuestra inducción, mejor será que
vayamos directamente de nuestros A, B, C a Sócrates, en vez de dar la
vuelta por la proposición general todos los hombres son mortales.
Pues la probabilidad de que Sócrates sea mortal es mayor, según nuestros
datos, que la probabilidad de que todos los hombres sean mortales. (Esto
es evidente, pues si todos los hombres son mortales, Sócrates lo es
también; pero si Spócrates es mortal, no se sigue que todos los hombres
deban ser mortales). Por consiguiente, alcanzaremos la conclusión de que
Sócrates es mortal con una mayor aproximación de certeza si hacemos un
razonamiento puramente inductivo que si pasamos por todos los hombres
son mortales y usamos de la deducción"".
de
"Método científico" de "Uno y el universo"
--------------------
"Frente a
la infinita riqueza del mundo material, los fundadores de la ciencia
positiva seleccionaron los atributos cuantificables: la masa, el
peso, la forma geométrica, la posición, la velocidad. Y llegaron al
convencimiento de que "la naturaleza está escrita en caracteres
matemáticos", cuando lo que estaba escrito en caracteres matemáticos no
era la naturaleza sino... la estructura matemática de la naturaleza.
Perogrullada tan ingeniosa como la de afirmar que el esqueleto de los
animales tiene siempre caracteres esqueléticos.
No era, pues, la
infinitamente rica naturaleza la que expresaban esos cientistas con el
lenguaje matemático, sino apenas su fantasma pitagórico. Lo que conocíamos
así de la realidad era más o menos como lo que un habitante de París puede
llegar a conocer de Buenos Aires examinando su guía, su cartografía y su
guía telefónica; o, más exactamente, lo que un sordo de nacimiento puede
intuir de una sonata examinando su partitura.
La raíz de esta falacia
reside en que nuestra civilización está dominada por la cantidad y ha
terminado por parecernos que lo único real es lo cuantificable, siendo lo
demás pura y engañosa ilusión de nuestros sentidos.
Un ejemplo típico
de este proceso mental lo constituye el Principio de Inercia, intuido por
Leonardo y descubierto -¿o inventado?- por Galileo. Si se arroja una
bolita sobre ua mesa horizontal, con cierto impulso, la bolita se mueve
durante cierto tiempo, hasta detenerse a causa del roce. Galileo concluye:
en una mesa infinitamente extensa y pulida, desprovista de roce, el
movimiento perduraría por toda la eternidad.
Esta es una muestra de
cómo los cientistas son capaces de entregarse a la imaginación más
desenfrenada en lugar de atenerse, como pretenden, a los hechos. Los
hechos indican, modestamente, que el movimiento de la esferita cesa,
tarde o temprano. Pero el cientista no se arredra y declara que esta
detención se debe a la desagradable tendencia de la naturaleza a no ser
platónica".
----------
"A lo
largo de los siglos XVIII y XIX se propagó, finalmente, una verdadera
superstición de la ciencia, lo que equivale a decir que se desencadenó la
superstición de que no se debe ser supersticioso. Era inevitable: la
ciencia se había convertido en una nueva magia y el hombre de la calle
creía tanto más en ella cuanto menos iba comprendiéndola.
[...]
Al
fin y al cabo, los primeros que en siglo XX comenzaron a dudar de la
ciencia fueron los matemáticos y físicos, de modo que cuando todo el mundo
empezaba a tener ciega fe en el conocimiento científico sus más avanzados
pioneers empezaban a dudar de él. Compárese la cautela de físicos
como Eddington con la certeza de un médico, que usa toda clase de ondas y
rayos con la impávida tranquilidad que da su total desconocimiento. Detrás
de esos aparatos, cuyo funcionamiento es para él un profundo misterio,
acusa de curanderismo al pobre diablo que sigue curando con viejas
supersticiones, sin advertir que la mayor parte de la terapéutica
contemporánea consiste en supersticiones que recibieron nombre griego. Si
en 1900 un curandero curaba por sugestión, los médicos se echaban a reír,
porque en aquel tiempo sólo creían en cosas materiales, como un músculo o
un hueso; hoy practican esa misma superstición con el nombre de "medicina
psicosomática"".
de
"Hombres y engranajes"
--------------------
"De la
vanidad no digo nada: creo que nadie está desprovisto de este notable
motor del Progreso Humano. Me hacen reír esos señores que salen con la
modestia de Einstein o gente por el estilo; respuesta: es fácil ser
modesto cuando se es célebre; quiero decir parecer modesto. Aun
cuando se imagina que no existe en absoluto, se la descubre de pronto en
su forma más sutil: la vanidad de la modestia"
----------
"[...]
cuando analizaba mis sentimientos, advertía que ella había empezado a
serme indispensable (como alguien que uno encuentra en una isla desierta)
para convertirse más tarde, una vez que el temor de la soledad absoluta ha
pasado, en una especie de lujo que me enorgullecía, y era en esta segunda
fase de mi amor en que habían empezado a surgir mil dificultades; del
mismo modo que cuando alguien se está muriendo de hambre acepta cualquier
cosa, incondicionalmente, para luego, una vez que lo más urgente ha sido
satisfecho, empezar a quejarse crecientemente de sus defectos e
inconvenientes. He visto en los últimos años emigrados que llegaban con la
humildad de quien ha escapado a los campos de concentración, aceptar
cualquier cosa para vivir y alegremente desempeñar los trabajos más
humillantes; pero es bastante extraño que a un hombre le baste con haber
escapado a la tortura y a la muerte para vivir contento: en cuanto empieza
a adquirir nueva seguridad, el orgullo, la vanidad y la soberbia, que al
parecer habían sido aniquilados para siempre, comienzan a reaparecer, como
animales que hubieran que hubieran huido asustados; y en cierto modo a
reaparecer con mayor petulancia, como avergonzados de haber caído hasta
ese punto. No es difícil que en tales circunstancias se asista a actos de
ingratitud y de desconocimiento.
Ahora que puedo analizar mis
sentimientos con tranquilidad, pienso que hubo algo de eso en mis
relaciones con María y siento que, en cierto modo, estoy pagando la
insensatez de no haberme conformado con la parte de María que me salvó
(momentáneamente) de la soledad. Ese estremecimiento de orgullo, ese deseo
creciente de posesión exclusiva debían haberme revelado que iba por mal
camino, aconsejado por la vanidad y la soberbia".
de "El
túnel"
--------------------
"Como hace
millones de años, otros ojos están abriéndose paso entre los huesos del
cráneo"
----------
"En el
arte no hay progreso en el sentido que existe para la ciencia. Nuestra
matemática es superior a la de Pitágoras, pero nuestra escultura no es
"mejor" que la de Ramsés II. Proust hace un caricatura de una mujer que de
puro avanzada consideraba que Debussy era mejor que Beethoven, nada más
que porque llegó después. En el arte no hay tanto progreso como ciclos,
ciclos que responden a una concepción del mundo y de la existencia. Los
egipcios no esculpían esas monumentales estatuas geométricas porque fueran
incapaces de naturalismo, como lo prueban las figuras de esclavos
encontradas en tumbas; es que para ellos "la verdadera realidad" era la
del más allá, donde el tiempo no existe, y la que más se parece a la
eternidad es la hierática geometría. Imaginá el momento en que Piero della
Francesca introduce la proporción y la perspectiva: no es un "progreso"
respecto del arte religioso: es nada más que la manifestación del espíritu
burgués, para el cual "la verdadera realidad" es la de este mundo, el
espíritu de gente que cree más en un pagaré que en una misa, en un
ingeniero más que en un teólogo".
----------
"Arrugaba
la frente en aquella forma interrogativa que le era peculiar. Forma que no
sólo usaba para preguntar o para escuchar algo que lo intrigaba sino
también para hacer afirmaciones como "No me parece que Lenin haya sido un
revolucionario". Afirmaciones que le creaban aquel halo de misteriosa
sagacidad, porque las pronunciaba sin fundamentos, como algo tan evidente
que no merecía discusión; pero que dichas con aquella manera casi
interrogativa en sus arrugas parecían quitarle elegantemente tono
autoritario o taxativo, quedando como propuestas para alguna discusión
futura, que nunca luego se realizaba".
----------
"Un atroz
símbolo: la marcha indiferente de las cosas, mientras en medio de ellas
agoniza el hombre que con amor y esperanza las creó".
----------
"Y así
Bruno pasó, por primera vez en su vida, la noche entera al lado de un
moribundo. E intuyó que recién comenzaba a ser un hombre, porque
únicamente la muerte prepara de verdad para la vida; pues la muerte de un
solo ser unido a uno con vínculos entrañables permitía comprender la vida
y la muerte de otros seres, por lejanos que fuesen, y hasta de los más
humildes animales".
----------
"Porque no
hay una felicidad absoluta, pensaba. Apenas se nos da en fugaces y
frágiles momentos, y el arte es una manera de eternizar (de querer
eternizar) esos instantes de amor o de éxtasis; y porque todas nuestras
esperanzas se convierten tarde o temprano en torpes realidades; porque
todos somos frustrados de alguna manera, y si triunfamos en algo
fracasamos en otra cosa, por ser la frustración el inevitable destino de
todo ser que ha nacido para morir; y porque todos estamos solos o
terminamos solos algún día: los amantes sin el amado, el padre sin sus
hijos o los hijos sin sus padres, y el revolucionario puro ante la triste
materialización de aquellos ideales que años atrás defendió con su
sufrimiento en medio de atroces torturas; y porque toda la vida es un
perpetuo desencuentro, y alguien que encontramos en nuestro camino no lo
queremos cuando él nos quiere, o lo queremos cuando ya él no nos quiere, o
después de muerto, cuando nuestro amor es ya inútil; y porque nada de lo
que fue vuelve a ser, y las cosas y los hombres y los niños no son lo que
fueron un día, y nuestra casa de infancia ya no es más la que escondió
nuestros tesoros y secretos, y el padre se muere sin habernos comunicado
palabras tal vez fundamentales, y cuando lo entendemos ya no está más
entre nosotros y no podemos curar sus antiguas tristezas y los viejos
desencuentros; y porque el pueblo se ha transformado, y la escuela donde
aprendimos a leer ya no tiene aquellas láminas que nos hacían soñar, y los
circos han sido desplazados por la televisión, y no hay organitos, y la
plaza de infancia es ridículamente pequeña cuando la volvemos a
encontrar".
de
"Abbadón el
exterminador"