FIRMAS: Federico Jiménez Losantos, PG Cuartango, S González, A Espada, V de la Serna, ESde Buruaga,, A Romero, M Hidalgo, Secondat, J Miravalls, P Si

Aislamiento de CCOO y UGT
Una huelga general pero particular

Son los que, por la cobardía sonámbula de Zapatero, impidieron la reforma del mercado laboral; son los responsables de más de tres millones de parados en menos de tres años. ¡Y ahora se preocupan por el paro! Al PSOE, que les obedeció hasta la noche de la quiebra en mayo de 2010, le hicieron una huelga general pequeñita que fracasó a lo grande. Pero como palancas de la izquierda para ganar en la calle lo que pierde en las urnas, al PP no le han dado un año, un mes, un día para ver si la reforma funciona.
En realidad, como demostró la profusión de carteles ya editados, la decisión estaba tomada mucho antes. Si el reto supusiera aprobar una Ley de Huelga y suprimir las decenas de miles de millones de euros que trincan sindicatos y patronal, no estaría mal.
Por cierto, ni empleados ni parados han sido consultados. ¿Es que no pagan sus cuotas?
Invercaria, el último escándalo
El lado bonito de la corrupción
HACE UN par de semanas, Invercaria era palabra o palabro desconocido para el común de los españoles. Sin embargo, las conversaciones publicadas en EL MUNDO descubrieron que, si el socialismo real tuvo su «rostro humano» en Dubceck, hasta que los tanques soviéticos le rompieron la cara a la Primavera de Praga, también el socialismo andaluz, fiel al materialismo histórico, tenía un rostro humano muy interesante. Laura Gómiz presumía en las grabaciones citadas de su capacidad para «inventar» documentos falsificados que pudieran justificar o, por lo menos, disimular las fechorías de la empresa pública que dirigía, Invercaria, cuya inversión en corrupción asciende a más de 200 millones de euros. La frescura del rostro de esta fresquísima política cursó, sin embargo, el trámite confuciano y siciliano pero al modo sevillano del régimen de Chaves y Griñán. Para lograr la presidencia de Invercaria, la bella Gómiz debió emplear algo más que su sonrisa y pícara mirada: tuvo que contratar a Iván Chaves como asesor de su empresa y, visto y no visto, la hicieron presidenta de Invercaria. O sea, que inventó poco.
Declaración de Guerrero
Elecciones andaluzas con aire siciliano
EL EX director general de Trabajo y Seguridad Social de la Junta de Andalucía, responsable técnico del escándalo de los ERE fraudulentos, ha puesto nombre al mayor caso de corrupción de la Historia de España y además le ha dado una interesante dimensión estética.
Tras unas gafas negras como las que llevan de madrugada en las discotecas los aspirantes a famosos de telebasura, Francisco Guerrero confiere al trinque andaluz una dimensión visual más ampliamente mediterránea, entre Nápoles, Calabria y Sicilia, es decir, entre la Camorra, la 'Ndrangheta y las otras mafias. Claro que, por la magnitud del desfalco, también podría ser un político griego que guardase devoción a la Nana Mouskouri de los años 60, que lucía anteojos de aspecto similar.
Guerrero fue delatado por su chófer, que confesó que se habían repartido un ERE fraudulento que les permitió comprar cocaína a diario, frecuentar el alterne transmediterráneo y comprarse algún que otro chalé. Guerrero ha confesado a la juez Alaya que Chaves ordenaba dar dinero a empresas por motivos políticos y Griñán lo supervisaba. Il pentito, le dirían en Palermo.
Camacho quiere olvidar el 11-M
Ojos cerrados y oídos sordos
TRAS DESVELARSE ciertas costumbres heredadas de la Policía en la Comunidad de Madrid, como interrogar encapuchada a los detenidos, el ex ministro del Interior Antonio Camacho, número dos con Alonso y Rubalcaba, dice que no sabía nada. Parece increíble, teniendo a mano Sitel, el sistema de escuchas que permitió decir a Rubalcaba en el Congreso: «Yo lo sé todo de todos». Para compensar, Camacho ni sabe ni quiere saber. En unas jornadas sobre terrorismo se ha opuesto rotundamente a que se realice cualquier investigación sobre el 11-M, porque ya fue objeto, dice, de la «magnífica instrucción» del juez Del Olmo. Y es que el hallazgo del foco de explosión del tren de Santa Eugenia el 11-M ha obligado a la Fiscalía General del Estado a precintar el cobertizo y anunciar la investigación de los restos que ocultaba y que el présbite juez, el présbite policial, el présbite de la Benemérita, el présbite de Renfe y el présbite de Tafesa ocultaron al sumario, al juez Gómez Bermúdez y a las víctimas del 11-M. La presbicia o vista cansada es achaque común en los años rubalcábicos y camachines. A la óptica.
El Gran Salto Atrás
Querido J:
Como algunas enfermedades, lo peor de la crisis tal vez sea el estado de inmunodeficiencia intelectual que provoca. Así, don Juan Roig, presidente de Mercadona, en su cita anual con los medios, acaba de subrayar la ejemplaridad de la vía china a la prosperidad. Si no fueras a entenderlo como una descortesía acabaría la carta en esta línea misma, diciéndole al próspero Roig: «¿Chinos? Ya lo fuimos». Ya tuvimos bazares atiborrados, con su olorcillo. Ya organizamos un mundo de copia y simulacro, de segundas y terceras marcas, donde el plan comercial se parecía peligrosamente a la vida. Ya vivimos hacinados en pisos de 60 metros cuatro familias numerosas. Y en cuanto a la metrópoli, ya tuvimos nuestra pena de muerte, nuestras mujeres en el trastero, nuestra democracia orgánica, nuestra censura y nuestra gasolina de soja, y nuestro país de uralita. Por tener, de chinos tuvimos hasta nuestros maoístas, perfectamente preparados para dar El Gran Salto Adelante, aquel estupendo experimento de ingeniería social que costó, muerto arriba, muerto abajo, la población entera de España. En realidad, todo lo que han hecho los españoles en este último medio siglo es tratar, a veces desesperadamente, de dejar de ser chinos. Una de las imágenes más turbadoras de un país que pasó de ser de emigrantes (también internos) a inmigrantes es que los recién llegados han representado fielmente el modo de vida que llevaron los autóctonos en su juventud. Incluida la recogida temporera de cítricos en el campo. Los españoles de hoy no recogen naranjas por las mismas razones, exactamente, que el empresario Roig ha dejado de recoger boñigas, como es fama que hizo antes de ser lo que es. Si el empresario Roig quiere utilizar el ejemplo chino debe establecer un matiz sustancial: no es que tengamos que ser chinos, sino que tenemos que volver a ser chinos. Es la única manera de calibrar precisamente su aplaudida audacia.
Hay algo peligroso en estas opiniones chinas, que, más allá del vistoso caso Roig, son compartidas por mucha otra gente. Es la asimilación de valores nobles como el esfuerzo, el mérito y el gusto por el trabajo con circunstancias degeneradas. La asimilación me ofende lo mismo que la palabra genocidio en el Marca. Hasta el momento, el ejemplo chino sólo me provoca una profunda conmiseración: muy parecida a la que siento por la vida que durante muchos años llevaron nuestros padres. Cuando uno pone esa distopía en el centro de la emulación contemporánea ha de saber lo que hace. Sobre todo porque hay otros ejemplos nítidos y cercanos que ofrecer. Comprendo que no estén dotados de la lírica oriental y de la plusvalía de lo remoto; pero son más útiles. El ejemplo alemán es el más destacado de ellos. En poco más de 60 años, los alemanes han reconstruido un país devastado por los nazis, las bombas aliadas y el comunismo. Sugiero al empresario Roig una ciudad magnífica para su homilía del año próximo: Dresde reúne como pocos lugares la sutura entre la devastación y el trabajo. Después de seis décadas, la prima de riesgo alemana está donde está sin haber renunciado a la democracia y a una humanidad positiva. Desconozco los detalles del milagro alemán, pero sé que se ha producido en un país con recursos naturales limitados, sin la lotería de ninguna explotación colonial y a fuerza de trabajo. Y, last but not least: la fuerza de trabajo alemana ni siquiera necesita, desde ayer, que el diario Bild saque chicas desnudas en su portada. De ahí, y con independencia del viejo debate entre contención y estímulo, que cuando Alemania exija austeridad a los socios europeos haya que escucharla con atención y respeto. Porque a diferencia de China, Alemania es un ejemplo. Un ejemplo realista y éticamente manejable. Lo demás son contorsiones colonialistas. La versión Mercadona de la tournée des grand ducs. Escurrir el bulto evitando el auténtico debate y el auténtico reto: ¿qué necesita España para salir de la crisis al modo alemán? Porque salir al modo chino es sencillo: basta con implementar el hacinamiento como idea de choque.
Estas fantasías regresivas chinas sobre el esfuerzo, el trabajo y el mérito coinciden, dado el carácter proteico de la crisis, con otra grave y absurda falta de realismo. Me refiero a las renuencias que levanta el proyecto Eurovegas. Sobre ese proyecto se han abalanzado las habituales fantasías zapateristas vinculadas con la necesidad de cambio de nuestro modelo productivo: el parloteo de los que no acaban de comprender que la misión de nuestro Silicon Valley es fabricar unos perfectos robots de camarero que sirvan con amabilidad, eficacia, conocimiento del género, garantía de idiomas y experiencia con abuelos. Al margen de esa retórica sobre Eurovegas, se han cernido también objeciones vinculadas con la supuesta contradicción entre el proyecto y la ética del trabajo y el esfuerzo. ¡Que jamás se ciernen, por ejemplo, sobre la City londinense porque un broker, ah, ah, no es un croupier, ni el orgasmo del dinero es tan embarazoso como el del sexo! Sobre esta cuestión particular has de leer un artículo de nuestro filósofo joven, Ferran Caballero, donde es difícil elegir entre tantos párrafos magníficos:
«En Las Vegas, como dijo Irving Kristol, la gente «se abandona a fantasías de omnisciencia, de omnipotencia, y de conseguirlo todo a cambio de nada». Sólo allí el sueño de convertirse en millonario de la noche al día y sin tener que hacer nada (más que lanzar los dados) está al alcance de todos. Sin distinción de clase, raza o religión. Las Vegas, proseguía Kristol, «invierte la situación normal: allí el vicio es público y solo la virtud es un asunto privado. Esta inversión es tolerable mientras seamos conscientes de hasta qué punto es anormal». Que éste haya sido el sueño de muchos y que los excesos en el riesgo y en el gasto que este sueño proporciona sean los culpables de la actual situación no es culpa de Las Vegas, sino del olvido de su carácter excepcional. Como decía el poeta, sólo allí donde hay peligro crece también lo que nos salva. Así pues, no podemos creernos virtuosos sólo por haber evitado toparnos con la tentación del vicio. Y precisamente porque nos recuerda la excepcionalidad del vicio y el carácter efímero de los delirios de grandeza, Las Vegas es una gran escuela de virtud».
Naturalmente. Espero que el empresario Roig comprenda que la más profunda diferencia con los chinos es que nosotros ya no estamos condenados a la virtud.
Sigue con salud.
A.
Esa añorada 'capacidad de intimidación', a prueba
>MANIFESTACIONES Y HUELGA GENERAL CONTRA EL GOBIERNO DEL PP
Antes aun de que los sindicatos confirmasen ayer que convocaban para el 29 de marzo una huelga general «justa y necesaria» contra la reforma laboral y lo que interpretan como pérdida de derechos de los obreros, en la prensa ya tronaba la controversia sobre el acoso callejero al Gobierno de Rajoy y el papel del PSOE en ese acoso.
Josep Ramoneda, incesante voz de la izquierda, no se resigna. Desde El País, añoraba la toma de la Bastilla o del Palacio de Invierno: «No, el problema de la izquierda no es la falta de adaptación a los tiempos nuevos. El problema es que las clases populares han perdido capacidad de intimidación. Y la izquierda no les ha ayudado a defenderla».
En esas mismas páginas rubalcabistas, Manuel Cruz, catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona, deploraba la derechización del PSOE pero se enardecía vaticinando que el pueblo oprimido se alzará ferozmente contra el duro PP: «Se podría afirmar que si con el PSOE los trabajadores se sintieron traicionados, burdamente engañados, con el PP se están sintiendo despreciados, considerados directamente como unos inexistentes. Tal vez el único consuelo que a estos les quede sea pensar que, de la misma forma que desde un punto de vista lógico se suele decir que las inexistencias no se demuestran, así también en política las inexistencias no se decretan. Y tengo para mí que estos presuntos inexistentes no se van a conformar con la sobrevenida condición que sus viejos enemigos de clase les quieren atribuir».
A la derecha, mucho más escepticismo, como indicaba un editorial de La Razón, incidiendo en lo político: «La oposición, impotente y sin argumentos defendibles, ha supeditado el deber de controlar al Ejecutivo a calentar la calle. Y eso que su radicalización es castigada en las encuestas y desautorizada por la opinión pública».
Por su parte, José Ramón Pin Arboledas, en La Gaceta, avisaba a los propios sindicatos: «Las movilizaciones y las huelgas son un poder que sólo hay que utilizar en última instancia y para ganar. Si no es así, se destruye autoridad y, la próxima vez, a las personas les costará mucho más movilizarse. ¿Ganarán autoridad con el griterío actual? Es dudoso».
Alzando el punto de mira, Francesc-Marc Álvaro, en La Vanguardia, veía algo profundamente errado e ineficaz en la táctica socialista y en la sindical: «Al ver recular sus votos en las urnas, los partidos socialdemócratas quieren recuperar vigor mediante el contacto con el magma de una contestación que, cuando intenta formular una alternativa, se inspira en las doctrinas típicas de los partidos ubicados a la izquierda de los socialistas, especialmente de los extraparlamentarios. Esta paradoja tiene algo que chirría: la atracción fatal y repentina que experimenta el partido grande que articula el espacio de izquierda por lo que siempre ha sido testimonial y ha estado desconectado de las mayorías sociales. (...) ¿Solucionará alguna cosa una huelga general en estos momentos? Nada. Una huelga general es una huelga política contra un Gobierno o un régimen y ahora el problema de fondo no es ni Rajoy ni la democracia parlamentaria. Es mayor. Es más difuso. La huelga general sería como utilizar una cuchara para cortar carne, un utensilio equivocado. Nos aferramos a formas del pasado».
Ostras para Putin
ESTA SEMANA los titulares hervían con la noticia de «Putin vuelve», como si se hubiera ido alguna vez. Putin dejó a Medvedev calentándole el trono de Rusia para que no se le quedara frío mientras él se iba a pescar truchas, a rescatar ánforas del fondo del mar, a cabalgar a pelo caballos de la estepa, todas esas machadas que le permiten seguir manteniendo su status de Action Man, el tipo duro que parte el lomo de dos entrenadores de judo antes de desayunarse vivo a un periodista.
Dicen que Putin lloró de alegría en la Plaza Roja al declarar la victoria en las urnas pero esa mariconada no cuadra con el perfil más bien polar del personaje. Serían lágrimas a presión provocadas por el frío o por un concentrado de cebolla; se hace raro observar un ramalazo de emoción en el mismo hombre que asistió imperturbable a la tragedia del Kursk, más de cien marinos ahogándose a cámara lenta, uno a uno, mientras su presidente despreciaba la ayuda de otros países, no fuesen a robarle la patente del submarino.
Conrad dijo que Rusia no era Europa ni tampoco Asia sino algo a medio hacer, un monstruo a mitad de camino. Churchill añadió: «Rusia es un acertijo envuelto en un enigma dentro de un misterio», acertada percepción que sigue siendo más válida que nunca. Estos días, al compaginar la lectura de Ostras para Dimitri, la última novela de Juan Bas, con las noticias de las elecciones rusas, en mi mente se ha producido un cortocircuito. Quizá porque Rusia sólo puede explicarse desde la desmesura, la exageración, un territorio inconquistable donde los trenes atraviesan mundos y los generales tienen pesadillas. Pero también un inmenso laberinto moral en el que los asesinos idealistas de Dostoievski saludan en la calle a Ana Karenina.
Juan Bas (que pudo nacer en Moscú pero no le dio la gana) imagina a un pelagatos bilbaíno del que se encapricha Dimitri, un omnipotente mafioso ruso que lo usa de fetiche, de objeto de broma, de cocinero aficionado, de tiro al plato. Salvo José María Mijangos o Román Piña, no conozco otro novelista español que aproveche tan bien las fuentes de la picaresca. El libro destila no sólo un humor negro terrorífico sino una sutil conexión vasco-soviética, como cuando un millonario ruso le reprocha a otro que se haya comprado un reloj carísimo en París por un millón de euros cuando podía habérselo comprado en San Petersburgo por millón y medio. Pensé que Putin iba a salir por cualquier página para darle un pescozón a Medvedev y las gracias por prestarle el culo
¡Huelga!
los 100 días de gobierno popular, aproximadamente, huelga general. Tarjeta roja -relativamente roja-, mostrada por los sindicatos al Gobierno con el mismo énfasis que ponen los árbitros, en los partidos de fútbol, cuando señalan el camino del vestuario a un jugador que ha pegado un hachazo a la pierna de un contrario. El árbitro, por lo general, no exhibe con mesura la tarjeta roja en tales casos, sino que la impone en un gesto enérgico que indica por igual la justicia de su convicción sancionadora -cierta objetividad- y el acaloramiento subjetivo y emocional que se le ha desencadenado al ver esa patada tan maligna (éticamente) y tan (estéticamente) feísima. La pierna, hoy, es, son los derechos de los trabajadores, y la patada es la Ley de o para la Reforma Laboral.
Ahora viene lo que viene, que es lo ya sabido, por experimentado, en varias ocasiones. Unos dirán que no hay motivo o que, si lo hubiera más o menos remotamente, la huelga no es la solución -es el diálogo, pero no se escuchan-, porque se perderán muchas horas de trabajo y, por tanto, de productividad y millones, algo muy malo y contraproducente en estos tiempos de crisis. Eso dirán, básicamente, los que son afines al gobierno de turno, los mismos que, cuando la anterior huelga general fue en contra de un gobierno de signo contrario, se mostraron relativamente hostiles y relativamente contemporizadores, pues los conservadores no abrazan con entusiasmo la idea de la huelga general, pero, si va en contra de un gobierno socialista, no se suman, pero tampoco se restan de forma evidente.
Los conservadores, hace nada, se preguntaban -y no sin razón, pero con sus razones no por todos compartidas- por qué los sindicatos -puestos a parir- no le montaban el pollo a Zapatero. Estaban deseándolo, aunque con cierto disimulo malconfesado.
Es la política. La izquierda de los socialistas está encargada de montar las huelgas contra los socialistas, y entonces los conservadores salivean, por las comisuras, pero no se entregan a la causa porque ellos -por si les toca- no son de huelgas.
La huelga general es un mito, un icono de la Izquierda, creado en un pasado en el que era un instrumento de combate social y político significativo y efectivo. Hoy en día es poco más que un gesto, una especie de exabrupto verbal que, en las democracias occidentales, significa un toque de atención y un testimonio, en parte obligado, pero que no tiene la capacidad de cambiar el rumbo esencial de las cosas, sea cual sea su desenlace, por lo demás sometido a otro tópico periodístico: la guerra de la cifras, esto es, lo que dicen unos, lo que dicen otros y lo que dicen otros más respecto al porcentaje de huelguistas.
La huelga general no es lo que era. Es algo sometido a discusión y balance, algo integrado en los rituales democráticos sobre el que se lee al día siguiente, y no hay más. Escuece y pica, pero no es un incendio. Ni de las calles ni de las conciencias. Millones de palabras previas y, después, algunas fotos. ¡Huelga!
Demasiada prisa
Andan alborozados los sindicatos. Mañana 11-M saldrán a las calles para protestar contra la reforma laboral. Cuando plieguen las pancartas tendrán que tomarse unas cañitas, porque hará calor. Como el ruido no será suficiente ya nos convocan a una huelga general el 29 de marzo. Era tan previsible que sorprende su inocencia. Tanto tiempo callados, sumando parados día tras día, sin abrir la boca ni para lamentarse, y ahora a preparar esos piquetes informativos que tan educadamente, silicona en mano, nos invitarán a que no vayamos a trabajar. Dice Méndez que esta huelga es justa y necesaria. Podía haber añadido que, como en la plegaria, es nuestro deber y salvación. Su salvación, cuando los trabajadores los ven a la misma distancia que la luna de Valencia.
¿Qué soluciona una huelga a menos de 100 días del cambio político? Porque a Rajoy no se le podrá decir que no se ha puesto a gobernar. Y ha tomado medidas que nunca se atrevió a tomar un gobierno socialista, como la dacion en pago, limitar el salario de los ejecutivos de banca, subir el IRPF, o pagar a los proveedores de las administraciones públicas. La reforma laboral era imprescindible. No es un capricho de Rajoy. El presidente no es un pistolero deseoso de hacer muescas en las cachas de su revolver. No quiere ampliar la lista de parados, ni que los empresarios despidan trabajadores, ni que España se paralice. Merece un margen de confianza. Harán falta meses para saber si esta reforma es eficaz. Y se requieren esfuerzos. De todos. También de los trabajadores. Los empresarios no son los enemigos, son los únicos capaces de crear empleo. Y los habrá golfos, seguro, en igual proporción que entre los sindicalistas.
Los sindicatos suelen salir de rositas en estos conflictos. Pero la reforma les quita poder y dinero, y eso duele y mucho. Pero de esto no se habla, no viene en el guión. Todavía no sabemos el número de liberados sindicales, ni lo que cobran cuando ocupan en sus propias empresas puestos directivos, ni entendemos que critiquen a la banca y estén en sus consejos de administración callados cuando se malgasta dinero público y se despide a trabajadores. Ni entendemos sus bonus. Ni que nuestros impuestos les paguen el chiringuito. Ese silencio nunca tiene eco en la calle. Mañana se oirán sus cantos de sirena
Caras de ángel
LAURA GÓMIZ / AMANDA KNOX
Fue el gran Federico Nietzsche quien analizó en su Genealogía de la moral con extraordinaria agudeza la relación entre lo malo con lo feo, lo bajo, lo plebeyo.
Ese estereotipo sigue funcionando en nuestro sistema de valores: una cosa bella tiene que ser necesariamente buena. En cambio, lo repulsivo estéticamente nos parece malo.
Pero la vida real no se ajusta a estos tópicos. Hace un par de años, la bella y joven Amanda Knox, apodada Cara de ángel, fue condenada por un tribunal italiano a 26 años de cárcel por el asesinato de Meredith Kercher, su compañera de piso.
La autopsia reveló que Kercher murió con la tráquea destrozada por estrangulamiento y la garganta parcialmente rebanada.
Amanda Knox, que hoy tiene 26 años, es una ciudadana estadounidense, nacida en Seattle, de marcadas convicciones religiosas, que quería tener un hijo y fundar una familia.
Los informes periciales concluyeron que bajo su aparente dulzura latía el corazón de una asesina fría e implacable, que sólo se sentía realizada haciendo daño a los demás.
El juicio contra Amanda Knox suscitó un enorme interés en Italia, donde un sector de la opinión pública creía que una mujer como ella no podía haber cometido un crimen tan horrendo.
La asesina de Perugia recordaba mucho a la actriz inglesa Jean Simmons en Cara de ángel, la película de Otto Preminger, en la que la protagonista induce a Robert Mitchum a cometer un asesinato.
La figura de Amanda Knox y el film de Preminger me han venido a la cabeza esta semana al ver la fotografía de Laura Gómiz, la ex presidenta de Invercaria.
Gómiz es una cordobesa de 32 años, atractiva, muy guapa, con una expresión de dulzura y bondad. Nadie podría identificar esa cara con el lenguaje soez que emplea en las grabaciones que han sido divulgadas por los medios.
La escuchamos cómo ordena sin pestañear la falsificación de documentos para justificar los créditos concedidos por Invercaria, cómo amenaza con despedir a su subordinado y cómo se jacta de no tener el menor sentido de la ética.
En un camionero, sus palabras nos resultarían muy fuertes. Pero las dice la presidenta de una empresa pública que parece sacada de un pase de modelos. Nos resulta muy difícil de conciliar, al igual que sucede con Amanda Knox, esa cara de ángel con los métodos de Al Capone. Pero no cabe albergar ninguna duda de que «los pensamientos» de Laura Gómiz podría estar a la altura de los de Michael Corleone.
En el fútbol, como en todos los enfrentamientos (deportivos o bélicos), se registran victorias y derrotas. Pero no todos los desenlaces son de la misma importancia. Las derrotas grandes se olvidan con dificultad. Que un equipo de fútbol alemán haya sido vencido por siete tantos a uno en Barcelona es algo más que una derrota deportiva. En Alemania, como en España, la escasez de placeres de esta vida nos ha llevado a considerar uno de ellos el fútbol. La canciller Merkel, tan predispuesta siempre a menospreciar a los europeos del Sur, tendrá ahora que llamar la atención a los directivos de un equipo que, de forma irresponsable, envió a España un 11 incapaz frente a nuestro poderoso Barça. El mayor placer de los aficionados españoles es que hemos realizado por casualidad una acción memorable, de la que nunca puede olvidarse la señora Merkel. Un goce es tanto más grande cuando llega y no se estaba preparándolo
Yo la propongo como futura líder del PSOE andaluz, ya que a esta femme fatale Griñán no le dura ni cinco minutos. Con ese carácter, que tiemble también Rubalcaba.
Inesperado goce
En el fútbol, como en todos los enfrentamientos (deportivos o bélicos), se registran victorias y derrotas. Pero no todos los desenlaces son de la misma importancia. Las derrotas grandes se olvidan con dificultad. Que un equipo de fútbol alemán haya sido vencido por siete tantos a uno en Barcelona es algo más que una derrota deportiva. En Alemania, como en España, la escasez de placeres de esta vida nos ha llevado a considerar uno de ellos el fútbol. La canciller Merkel, tan predispuesta siempre a menospreciar a los europeos del Sur, tendrá ahora que llamar la atención a los directivos de un equipo que, de forma irresponsable, envió a España un 11 incapaz frente a nuestro poderoso Barça. El mayor placer de los aficionados españoles es que hemos realizado por casualidad una acción memorable, de la que nunca puede olvidarse la señora Merkel. Un goce es tanto más grande cuando llega y no se estaba preparándolo
El cinturón
A excepción de Ana Botella y el vecino, ya nadie hace por viajar en Metro en esta ciudad. Quitando a Rodrigo Rato y a una compañera, son pocos los que aceptan ir con el tupper al trabajo para ahorrarse los 10 pavos del menú. Si nos olvidamos de Tomás Gómez y de mi padre, quién lleva los zapatos al zapatero para que le pongan unos filis. Si borramos a Lucía Figar y a quien suscribe, ya nadie compra calzoncillos en el mercadillo sabatino de Aluche.-¡Se me los lleeevan de las manos, reina, ayyyy! ¡Se me los lleeevan!
Así nos luce el pelo: que criticamos a la hidalguía por los recortes sociales y no nos damos cuenta de que el esfuerzo -ese apretarse el cinturón de Gucci- siempre comienza por ellos.
De coña, vamos. El nuevo abracadabra trae una sima creciente. Los directivos del Ibex 35 se subieron un 20% el sueldo en plena crisis, pero la asistencia a los toxicómanos madrileños se recortará un 80%. Los dependientes lo serán aún más. Los trabajadores lo serán aún menos. Y ya se anuncia que los mendigos -que en Coslada serán multados por serlo- serán censados en Madrid como si fueran topillos.
O sea, que nos vuelven con la tabarra del cinturón. El de Mario, cartonero de Usera, parece ya esa correa nazarena que llevara el Azarías en Los santos inocentes. Y si la gente no se lo echa al gaznate es porque se hace su película... No habrá paz para los parados. Los taxistas piden llevar pistola como el Travis de Taxi Driver. La calle es la carátula de Novecento. Y, a todo esto, Mary Poppins levita.
Me lo cuenta Mario, que se lleva el índice a los labios haciendo shhh, como cuando hay un niño dormido al que no debemos despertar.
Prefiere ese comedor social a otros porque allí no le conoce nadie. Porque ha visto una docena de veces La vida es bella. Y porque, al llegar con los hijos, los voluntarios comprenden y sonríen, y entonces se hacen pasar por camareros. Y engañan al enano, servilleta en el antebrazo, con un «qué va a ser de primero».
Con un «lo sentimos, pero de postre ya sólo queda yogur».
Son esos ojos infantiles del pequeño Raúl lo que vemos. Diciendo que qué guay, que el lunes le va a contar a sus amigos que ha estado comiendo en un restaurante.
Steve Jobs ha muerto
Revisar las crónicas, análisis, comentarios y tuiteos del lanzamiento del nuevo iPad sólo conduce a una conclusión: Steve Jobs ha muerto. O sea.
Como ya se vio en el debut de Cook con el iPhone 4S, se acabó la magia. Una retahíla de titulares con adversativas: mas, pero, sin, sino, aunque, sin embargo... Jobs levantaba una ceja y el auditorio aplaudía. Movía un poco la mano y su ecosistema rugía de placer. Dos pasos en el escenario, con una cínica sonrisa, y el planeta se ponía a sus pies.
¿Tiene tantos peros el nuevo iPad sin apellido? En 1965, cuando la informática no presumía de ser industria, el cofundador de Intel Gordon Moore enunció una ley: cada dos años se multiplicaría por dos el número de transistores en los chips. Se cumplió. Eso significó que cada año crecía la velocidad de los procesadores y cada tres o cuatro, surgía un cambio significativo de capacidades: del 8086 al 286, luego el 386, 486, Pentium... la historia de una veintena de años de suave aceleración.
En dos años, la tableta de Apple ha alumbrado tres versiones con novedades muy radicales. La segunda doblaba en capacidad de proceso a la primera y la tercera dobla en capacidad gráfica, resolución de pantalla y -parece- memoria RAM, a la segunda. Eso, sin contar con la ventaja de conexión en 4G, que algún día llegará a España. Pero no le han puesto apellido. No suena a novedad rompedora. El marketing ha perdido su momento encantado.
El cambio en la informática de uso cotidiano ha sido absoluto en tres años. La nueva versión de iPad, que se venderá en España el día 23 al mismo precio que la actual, es un salto de calidad para los ojos. La resolución de 264 pixels por pulgada será mejor que la de los periódicos bien impresos. Letra clara y definida. Al pellizcar una foto para ampliarla al doble, mostrará el mismo detalle que ahora en su tamaño normal.
Nunca fui fan de Apple, por tanto puedo glosar hasta qué punto el concepto del iPad, con el que se forra, ha sumado tres saltos futuristas. El pragmático paradigma de ordenador-herramienta ha mudado a un objeto lúdico, ligero y dudosamente productivo, que reemplaza sistemas de lectura, música, cine y TV. Casi el 37% de los estadounidenses ve vídeos en un dispositivo móvil mejor que en una tele, lo que incluye películas, programas y series, dice Nielsen. Es más que una tendencia.
Mientras este lego aguarda a que se actualice a Androide 4 el SO del magnífico Samsung Galaxy Note (1280x800 píxels en 5,3 pulgadas) o acabe de cuajar el Windows 8 que está probando (se lo cuento el próximo día), no hay duda de que el SO del iPad y su nueva cacharrería alcanzan una acelerada madurez que le ponen muy delante. No será motivo para que cambie de modelo quien ya lo tenga, pero el nuevo iPad es otra tentación, aún más irresistible
Etiquetas: Firmas
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