l.
Introducción. Toda ciencia, toda filosofía, es
una actividad encaminada a aprehender de alguna
manera sus objetos; a conocer un determinado
campo de la existencia. Los métodos y los
resultados en cada uno de estos campos del saber
son múltiples y se caracterizan por pretender
captar partes o totalidades del objeto de su
estudio. Los enunciados que se desprenden de tal
aprehensión quieren, a su modo, expresar y hacer
patente las peculiaridades del objeto en
cuestión.
Mientras esto
sucede, se puede decir que se está haciendo
filosofía, se está haciendo ciencia, etc. Pero,
cuando una disciplina reflexiona sobre sus
propios enunciados y los somete a crítica,
aparece una nueva disciplina que se ha llamado
«Teoría del conocimiento» (v. GNOSEOLOGÍA). Las
preguntas que se han planteado desde esta
disciplina han sido fundamentalmente tres: 1)
¿Cómo conozco? 2) ¿Qué es lo que conozco? y 3)
¿Puedo
conocer?
Epistemología, en general, es crítica del
conocimiento (v.), del conocer mismo como
actividad, y, si se admite que la ciencia (v.),
debido a su método y su fin, ha aportado un gran
número de conocimientos específicos y nuevos,
entonces, e. científica será aquella parte de la
teoría del conocimiento que se ocupa de la
naturaleza del conocimiento científico; esto es,
de la naturaleza de los conocimientos alcanzados
por las ciencias y de la naturaleza de los
métodos aplicados para llegar a tales
conocimientos.
Problemas
generales de la teoría del conocimiento. La
teoría del conocimiento se encuentra, ya al
principio, con una dificultad de tipo metódico
que no aparece en otros campos. Esta dificultad
se podría concretar diciendo que la crítica del
conocimiento tiene que admitir como premisa lo
que, precisamente, trata de definir. En efecto,
cuando se intenta definir o precisar lo que es
el conocimiento, no se puede menos de hacer uso
de la facultad cognoscitiva, que funciona,
afortunadamente, antes de su definición (V.
ENTENDIMIENTO; INTELIGENCIA;
RAZÓN).
Encaminado a
examinar las premisas del conocer, no puede el
hombre abstraerse de su facultad cognoscitiva.
De aquí que su intento implique siempre dos
aspectos: reflexión sobre el acto del conocer y
trascendencia del mismo acto para comprender su
mecanismo. El método de la e. está determinado
por esta condición insoslayable. No es posible
evadirse del mecanismo para estudiar este mismo
mecanismo; pero sí es posible dejar de lado los
problemas más difíciles de resolver y
contentarse con preguntar no tanto por el
conocimiento mismo cuanto por su contenido, como
hace la e. científica. Una simplificación,
aunque no una solución, del problema tiene lugar
cuando se plantea ya dentro de una disciplina
determinada. Entonces es más viable descomponer
el mecanismo del conocimiento en elementos,
tratando de ver sus posibles relaciones;
tradicionalmente se ha hecho esto distinguiendo
entre dos polos que se creen relacionados:
sujeto y objeto. En un estudio formal-analítico
de esta polaridad, se intenta estudiar el
proceso de acercamiento y aprehensión (v.) de un
elemento por el otro basándose simplemente en
sus relaciones. Pero, cuando se pretende
conocer, además, el contenido material del
conocimiento, aparecen sujeto y objeto como
entidades autárquicas, con valores propios
independientes de las relaciones en que puedan
encontrarse.
El fenómeno
del conocimiento tiene que admitir por lo menos
tres elementos para ser completo: sujeto
conocedor, objeto conocido y contenido del
conocimiento. Es entonces cuando aparece el acto
de conocer como el resultado de una relación
real.
Elementos del
acto de conocer. El hecho de existir muchas
teorías del conocimiento muestra que son el
resultado del método empleado por cada
disciplina y de la concepción que se haya tenido
de lo que son sujeto y objeto. No es lo mismo el
sujeto entendido como «yo empírico» que como
«puro consciente» o «persona espiritual».
Tampoco lleva a las mismas consecuencias admitir
por objeto de conocimiento a «la cosa en sí», al
«objeto intencional» o al «suceso continuo
físico espacio-temporal». Sujeto y objeto y sus
relaciones serán siempre los elementos en
cuestión, pero, de su definición dependerá lo
que más tarde se entienda por
conocimiento.
2. La
epistemología científica. La e. no es una
disciplina que haya nacido y se haya
desarrollado exclusivamente en el seno de la
ciencia pues, en su desarrollo, ha participado
decisivamente la filosofía. No obstante, desde
mediados del s. XIX, ha adquirido carácter
propio y cierta independencia, aunque sea la
única disciplina científica que no se ha
apartado completamente de la filosofía. Lo que
la hace disciplina con carácter propio es,
precisamente, el sentido que da a los elementos
que entran en el fenómeno del conocimiento.
Tanto el sujeto como el objeto, si bien éste más
acentuadamente, son considerados como entidades
que, desde Galileo, han ocupado planos distintos
a los asignados por la filosofía. Pero, su nuevo
sentido se debe, aún más, a la concepción nueva
que tiene de sí misma la ciencia. Esta se
muestra como ciencia experimental, siendo todos
sus conocimientos experimentales o, como dice
Eddington, hipotéticamente experimentales. Todo
conocimiento debe ser el resultado de una
observación real o hipotética. Esto es, todo
enunciado debe estar hecho en términos
observables, en términos de cosas observables.
De aquí que la pregunta general epistemológica
de la ciencia sea: ¿Qué es lo que observamos? De
ella podré deducir lo que conozco. También habrá
que formular las otras preguntas en términos de
observación: ¿Cómo observo? ¿Puedo
observar?¿Cómo observo? Observar científicamente
implica todo lo que el método científico lleva
consigo: medir, cuantificar, aislar el fenómeno;
en una palabra, analizar. El análisis (v.) es,
como método, el proceso que va al estudio del
todo mediante el estudio de sus elementos
constitutivos. En esa marcha hacia el objeto se
hace patente la concepción del objeto como algo
pasivo que se ha de intervenir; un objeto cuyas
partes se creen simples y equivalentes, para
poder inferir de elementos conocidos a elementos
descoñocidos; un objeto, en fin, que padece la
acción del científico sin, apenas, inmutarse. El
científico dirá que conoce midiendo, comparando,
clasificando, etc., dando a entender que la
experiencia (v.) es, en último término, la
fuente de todo conocimiento. Pero esto sólo se
podrá admitir si se entiende por experiencia
algo distinto del simple medir, clasificar,
etc.; esto es, si se entiende por experiencia lo
aprehendido por contacto directo con el objeto
de investigación, del que nunca se podrá
prescindir por completo. Sin embargo, la ciencia
admite que hay dimensiones del objeto que
escapan a su penetración cognoscitiva. El objeto
de conocimiento tendrá, pues, tres dimensiones:
lo conocido (observado), lo conocible
(observable) y lo no conocible (lo inobservable)
(V. t. EXPERIMENTACIÓN
CIENTÍFICA).
¿Qué puedo
conocer? El problema se agrava al preguntarse
por el contenido del conocimiento. Después de
medir, observar, etc., ¿cuál es el contenido de
los enunciados de la ciencia? ¿Agotan esos
enunciados la realidad del objeto? ¿Qué tiene
que ver el contenido del enunciado con el
objeto?, etc.; preguntas éstas que podrían
formularse al querer aclarar el problema y que
van dirigidas a averiguar qué es lo que dicen
del mundo las hipótesis generales, las leyes
experimentales, los enunciados de la
ciencia.
De las dos
corrientes filosóficas más representativas en
teoría del conocimiento, la racionalista y la
empirista, la ciencia ha seguido más de cerca a
esta última por lo que a su ideal se refiere,
pero su método y su forma acusan la influencia
enorme que ha tenido también en ella la
racionalista. El empirismo (v.) de Bacon, Locke,
Berkeley, Hume y otros admite como fuente última
del conocimiento objetivo la observación. El
racionalismo (v.) de Descartes, Spinoza,
Leibniz, etc., basará el conocimiento en la
intuición intelectual. Pero ambas posturas se
mueven dentro de un optimismo epistemológico que
nace de creer que la verdad (la relación de
adecuación entre sujeto y objeto) es manifiesta,
susceptible de ser descubierta por la
observación o por la razón. El fundamento de tal
manifestación de la verdad lo pondrá Descartes
en Dios: es la veracitas Dei. Para Bacon, este
fundamento está dado en la Naturaleza: es la
veracitas Naturae. El mismo Galileo creía en
esta última premisa, afirmando que para conocer
bastaba con leer debidamente el libro de la
Naturaleza que estaba siempre abierto. Pero,
resulta que este libro está redactado en
caracteres matemáticos, inteligibles,
racionales; por ello están presentes en la
ciencia empirismo y
racionalismo.
Ahora bien;
la ciencia clásica partía de la creencia en la
observación pura y objetiva. Admitía que la
verdad objetiva se manifiesta tal y cual es al
observador, quien sólo tiene que encontrar los
métodos adecuados para conseguirla. Ser y
percibir resultan, así, equivalentes, y el
conocimiento que se tiene de la naturaleza de
los fenómenos (v.) se cree objetivo y real, en
tanto sea susceptible de formulación matemática.
Es la e. científica la que, al tomar conciencia
de su objeto, pone en crisis esta concepción
optimista y realista del conocimiento
científico; al encontrar en él dimensiones
puramente especulativas que son, más bien, la
imagen de un ideal de conocimiento. Hertz
defiende que el conocimiento científico es un
conocimiento simbólico de la realidad; ésta no
se manifiesta en los símbolos más que
analógicamente.
La ciencia,
al generalizar y establecer leyes, postula y
aplica leyes que sobrepasan el ámbito de la
observación misma. Aunque la experiencia es la
última instancia de todo conocimiento
científico, los enunciados de la ciencia
presentan un mundo exacto de regularidades
determinadas que, por mucho que se afine, no
pueden arrojar los experimentos. El mundo
construido por la ciencia es un mundo ideal
límite que se cree aproximado a la realidad,
pero que no es un reflejo exacto de la
misma.
Los
contenidos del conocimiento científico son
imágenes que están determinadas por los mismos
métodos de la ciencia. La red especulativa con
que se trata de captar la realidad de un objeto
determinado, sea en Física, en Química, en
Biología o en Psicología, fija el contenido
final de los enunciados. El contenido material
del conocimiento científico es el resultado de
una convención; es lo que resulta de escoger, de
entre muchas posibilidades, una determinada de
acercamiento al objeto. Este objeto, ya por
definición, es el resultado de un enfoque
específico de interés. La objetivación que tiene
lugar durante el acto de conocimiento es
relativa al método aplicado y a los intereses
particulares de cada ciencia: el hombre puede
ser objeto de estudio para la física, parada
biología, para la psicología, etc.; pero ya no
será el mismo objeto para cada cual. Para un
físico será un cuerpo sometido a leyes de fuerza
universales; para un biólogo será una especie
dentro de un género más universal de seres
vivientes; para un psicólogo será un objeto
poseedor de conciencia e instintos, etc.
Observar no es, pues, conocer sin más, sino un
medio de ayuda para lograr ciertos
conocimientos, teniendo en cuenta, además, que
la observación pura no se da, puesto que, al
observar, intervienen siempre numerosos factores
y elementos interpretativos. Lo que observo, lo
que conozco, no es el mundo en sí ni la
totalidad del mismo, sino una dimensión
particular vista a través de una lente
interpretativa y
selectiva.
¿Puedo
conocer (observar) ? El criticismo del
conocimiento culmina en la Filosofía con Kant al
formular la pregunta: ¿Son posibles los juicios
sintéticos a priori? Es decir: ¿es posible el
conocimiento objetivo como tal? A esta pregunta,
que ponía en tela de juicio todo conocimiento,
parecía escapar la ciencia y sus conocimientos,
por creer el mismo Kant que la ciencia (la
física de Newton) era el único campo, sobre todo
la matemática, en el que se podía contestar
positivamente. Pero, con el advenimiento de la
física moderna (V. RELATIVIDAD, TEORÍA DE LA;
CUANTOS, TEORÍA DE LOS) se hace extensible a la
ciencia la misma pregunta: ¿Puedo conocer lo
real? ¿Puedo, en realidad, observar los
fenómenos tal cual son? La relación
sujeto-objeto, base de todo conocimiento
científico, se vio de pronto irrumpida por la
crítica al encontrarse el científico con campos
de la investigación en los que el hecho de
observar se sustancializaba; can?pos en los que
la observación y el observador habían de ser
tomados en cuenta para poder constatar los datos
arrojados por el experimento. La e. descubre que
la relación objeto-sujeto es verdaderamente una
relación en que ambas partes han de tenerse en
cuenta, debiendo abandonar el aislamiento en que
se encontraban los elementos de ella. El hecho
de la observación aparece ahora, no como un
punto de partida hacia el conocimiento objetivo,
sino como el hecho científico por excelencia que
impone, además, los límites del conocimiento
mismo. Observar no es ver la cosa tal cual es;
no es aprehender el fenómeno en su realidad,
sino algo muy distinto: es sacar el fenómeno de
su ambiente real. Pero, si toda observación, que
es la última instancia del conocimiento
científico, es la observación de una
perturbación, entonces, ¿qué es lo que conozco
de la realidad? No su esencia, porque ésta me es
inobservable por principio; pero tampoco su
comportamiento real, porque lo que observo es el
resultado de mi intromisión. Las leyes a que
lleve el comportamiento adulterado del objeto no
podrán jamás parecerse a la realidad; eso sería
aplicar imágenes a lo inimaginable. El molde con
el que se estudia la Naturaleza no tiene por qué
ser ahora distinto del clásico; pero, la
adecuación con la realidad deja de ser un
principio para demostrar la verdad de un
enunciado
científico.
La e., dirá
Eddington, «nos conduce a estudiar la naturaleza
del molde del pensamiento y a saber así, de
antemano, cuál será el sello que imprimirá al
conocimiento que entra en él». Una vez admitido
esto, no cuesta gran trabajo comprender cómo se
puede hacer ciencia a nesar de la
inobservabilidad que señala la ciencia moderna.
Lo que ya no se podrá decir es que en los
enunciados de la ciencia se haga patente el
comportamiento real de los fenómenos. Ahora
bien; esto no quiere decir que la ciencia no
tenga conocimiento alguno del mundo que estudia
ni pueda predecir, como de hecho lo hace,
sucesos y cambios en el futuro. Lo que, a fin de
cuentas, supone esta nueva dirección
epistemológica de la ciencia es lo siguiente: El
objeto de ciencia es un objeto dado, no real,
por el interés particular de la misma. Con ello
queda delimitado el objeto y se evitan errores y
esfuerzos inútiles de querer explicar campos
completamente ajenos a su interés y su poder. La
e. científica aparece, pues, como directora de
la investigación científica. Su labor se ha
manifestado en muchos momentos, analizando los
métodos aplicados, aclarando conceptos y
contextos difíciles, etc. En fin, nos dirá que
el conocimiento científico no es ni más sublime
ni menos digno que otros conocimientos, pero que
logra sitiar y cercar su objeto de manera que le
permite adelantarse al futuro, y en esto sí que
es un conocimiento que no se da en otras
disciplinas.
V. t.:
CIENCIA; CONOCIMIENTO I y II; GNOSEOLOGÍA;
INVESTIGACIÓN; METODOLOGÍA CIENTÍFICA; TEORÍA
CIENTÍFICA.
|