Reflexión 34
Sobre Sir Arthur Eddington

El segundo "Sir" de esta trilogía de notables del nuevo pensamiento que hace entendible el milenario pensar, corresponde a Arthur Eddington (1882-1944), astrónomo inglés, famoso como intérprete de la teoría de la relatividad y por sus numerosas obras sobre los aspectos filosóficos de la astronomía y otras ciencias físicas, nacido en Kendal (Westmorland) y fallecido en Cambridge. Después de asistir al College Owens (Manchester), ingresó en la Universidad de Cambridge y, antes de llegar a la edad de 32 años, era miembro de la Real Sociedad y profesor y director del Observatorio de Cambridge.

Sobresale en su biografía la defensa que hizo de la teoría general de la Relatividad de Einstein desde que la revisó a contar de su publicación en 1915, una de cuyas predicciones astronómicas era que la luz debería desviarse en la vecindad del Sol; las observaciones para establecer si tal predicción se cumplía sólo podían hacerse retratando las estrellas cercanas al Sol durante un eclipse total y midiendo sus posiciones relativas.  Para el eclipse del 29 de mayo de 1919 Eddington participó convencido del éxito formando parte del grupo que viajó a la isla Príncipe, situada en el golfo de Guinea, en el oeste africano. Se trataba de medir la posición aparente de algunas estrellas del grupo de las Hiadas y compararla con la que ocupaban días después. Eddington y sus colaboradores obtuvieron buenas imágenes fotográficas de cinco de ellas y comprobaron que la luz que nos envían se había desviado en las proximidades del Sol. Corroboraron así la predicción realizada por Einstein, "un físico alemán" que, recién terminada la guerra y gracias al reconocimiento de "un inglés", pasó a ser, en justicia, el científico más famoso del siglo.  Entusiasmado Eddington por el resultado que validaba la teoría de la relatividad, va a comunicar el resultado a Einstein. Esto habría sucedido en aquel especial encuentro:

- ¡Tenías razón, la luz se curva! - dijo Eddington.
- Lo sé - replicó Einstein - la teoría es correcta.
- ¿Qué hubiera pasado si los experimentos hubiesen dado resultados negativos? - replicó Eddington.
Y Einstein, con total indiferencia, le contestó:
- Pues lo hubiera sentido por el buen Dios. La teoría es correcta.

Otra prueba realizada por Eddington destinada a dar más certeza a la teoría de la relatividad fue la de medir el corrimiento al rojo de la luz emitida por un objeto de gran masa, lo que fue comprobado en 1925 en la luz de la estrella Sirio B, una enana blanca de gran densidad.

De sus frases y opiniones logré rescatar las siguientes:

Comparando la certeza de las cosas espirituales y las cosas temporales no olvidemos esto: el alma es, el primero y más directo objeto de nuestra experiencia; todo lo demás es inferencia remota.

Creo que la mente tiene el poder de afectar a los grupos de átomos interfiriéndose en la conducta de los mismos e incluso que la voluntad de los seres humanos puede alterar el curso del mundo aunque este curso esté predeterminado por leyes físicas.

En cuanto a que lo sobrenatural está asociado con la negación de la estricta causalidad, sólo puedo contestar que esto es lo que nos conduce al desarrollo científico moderno de la teoría de los cuantos.

El materialista, que está convencido de que todos los fenómenos surgen de los electrones, los cuantos y otras entidades parecidas, gobernados por fórmulas matemáticas, probablemente abrigará la creencia de que su esposa es una ecuación diferencial harto cumplida; pero no hay duda que tendrá suficiente tino como para no exteriorizar esta opinión en la vida doméstica.

El materialismo, en su sentido literal, ha muerto hace tiempo.

El mundo tiene tres constituyentes:
-  "Imágenes mentales" que están en nuestra mente, y no en el mundo externo;

- "una especie de contraparte en la naturaleza externa, de carácter inescrutable": y
- "lecturas de instrumentos", relacionadas con otras "lecturas de instrumento.

El universo material llegará algún día a un estado muy parecido a la muerte.

En ciencia, como en religión, la verdad resplandece como un faro mostrándonos el camino.

En el sentido místico de la creación que nos rodea, en la expresión del arte, en el  anhelo hacia Dios, el alma crece en altura y encuentra la satisfacción de algo implantado en su naturaleza… La búsqueda de la ciencia (también) nace de un esfuerzo que la mente está impelida a seguir, un cuestionamiento que puede ser suprimido. Ya por la búsqueda intelectual de la ciencia o por la búsqueda mística del espíritu, la luz llama con señas y el propósito que brota de nuestra naturaleza responde.

Existe un comportamiento ordenado de las partículas elementales individuales, que aparece cuando la materia entra en contacto con el espíritu. El comportamiento de tal materia estaría en fuerte contraste con el comportamiento desordenado y casual de las partículas tal como los postula la ciencia física.

Hemos encontrado una huella extraña en las costas de lo desconocido. Hemos hecho teorías, una tras otra, para dar cuenta de su origen. Finalmente hemos logrado reconstruir la criatura que hizo la huella. ¡Y resulta que es nuestra propia huella!

La admisión abierta de que la física se ocupa de un mundo de espectros es un paso significativo de progreso dentro del tiempo nuevo.

La demostración es un ídolo ante el que el matemático se tortura a sí mismo.

La energía del mundo está sujeta a una degradación continua, una disminución de utilizabilidad. La luz y el calor son, una u otro, formas de energía, pero un millón de ergios de luz pueden fácilmente transformarse en un millón de ergios de calor y "no" viceversa. Quemando el carbón se obtiene una cantidad de calor incluso mayor que la que el sol ha puesto allí, pero se obtiene una cantidad de luz mucho menor que la que el sol allá ha almacenado; en fin, una cantidad de luz se ha transformado en una cantidad de calor. Hay una escuela de pensadores a los que repugna vivamente la idea de un mundo gastado. Esta escuela se goza con varias teorías de rejuvenecimiento; su "mascota" es el fénix. Quien desee un universo que pueda continuar indefinidamente su actividad, debe emprender una cruzada contra la segunda ley de la termodinámica. Es inconcebible que nosotros hayamos sido herederos de un tiempo infinito de preparación. No hay duda de que la astrofísica de los últimos tres cuartos de siglo postula una fecha en que, o los entes del universo fueron creados en un estado de alta organización, o entes preexistentes fueron dotados de esa tal organización, que de entonces acá se ha venido desgastando cada vez más. Esa tal organización es decididamente la antítesis de la casualidad; es una cosa que no podía hacerse fortuitamente. Es una de esas conclusiones de las que no vemos cómo se puede escapar lógicamente. El principio del proceso mundial parece presentar dificultades insuperables, a no ser que convengamos en considerarlo sencillamente sobrenatural. No encuentro ninguna dificultad en aceptar las consecuencias de la teoría científica actual por la que concierne al porvenir: la muerte térmica del universo. Quizá será dentro de billones de años, pero el reloj de arena se vacía lenta e inexorablemente. El concepto de un universo cíclico bajando sin cesar por la pendiente de su evolución y rejuveneciéndose también sin cesar, me parece enteramente retrógrado.

La materia básica de nuestro mundo es materia espiritual.

La vida quedaría chata y estrecha si el mundo que nos rodea no tuviera para nosotros otro significado que el poderlo pensar y medir con los instrumentos de la física, o el de poderlo describir por medio de los símbolos métricos matemáticos.

No se trata meramente de unos nuevos descubrimientos acerca del contenido del mundo: involucran cambios en nuestra manera de pensar acerca del mundo.

Nos encontramos conque allí donde la ciencia ha avanzado al máximo la mente no ha hecho más que recuperar de la naturaleza lo que ella misma ha puesto en ella. Nos hemos encontrado con una huella extraña en las playas de lo desconocido. Hemos inventado una tras otra, las más profundas teorías tratando de explicar su origen. Al fin, hemos podido determinar la criatura que dejo la huella, !y ved!: La huella es nuestra.

Nos es difícil aprender a tratar el mundo fisicomatemático como puramente simbólico. Estamos siempre reincidiendo y mezclando con símbolos matemáticos, incongruentes concepciones tomadas del mundo de la conciencia. Sin llegar a escarmentar a pesar de tan larga experiencia, extendemos la mano para agarrar la sombra, en vez de aceptar su naturaleza de sombra. Realmente, a no ser que nos encerremos juntos con el simbolismo matemático, es duro impedir que vistamos nuestros símbolos con engañosos vestidos. Cuando pienso en un electrón, viene a mi mente una bola fuerte, roja y pequeñita, el protón, en cambio, es gris. Desde luego que el color aquí es absurdo, quizá no más absurdo que el resto de la concepción, pero yo soy incorregible. Es muy comprensible que las jóvenes mentalidades físicas encuentren estas descripciones demasiado concretas y estén esforzándose en construir un mundo a partir de los símbolos de la función de Hamilton, cosa tan lejana de las imaginaciones humanas como que ni siquiera obedece las leyes de la aritmética ortodoxa. Yo encuentro alguna dificultad en alcanzar este nivel de pensamiento, pero estoy convencido de que esto ya es así. Hemos viajado muy lejos de la vieja posición que pedía un modelo mecánico para cualquier cosa en la naturaleza.

Para la física moderna, el mundo externo carece de cualidad. El hombre de ciencia no posee órganos sensoriales salvo un ojo, con el que mira sea a través de un microscopio, sea a través de un telescopio. Es así porque el color, el sonido y el olor no están "allí". El calor es sólo la energía del movimiento molecular, el sonido es sólo un conjunto de ondas atmosféricas, y el color, una onda dentro de un espectro electromagnético. Esta filosofía ha sido denominada "Filosofía debajo el sombrero", pues los únicos acontecimientos que podemos conocer son los que tienen lugar en nuestras propias mentes. Como ha dicho Alfredo Whitehead (1861-1947): "La naturaleza se adjudica el mérito que debiera, en justicia, reservarse para nosotros: la rosa por su fragancia, el ruiseñor por su canto, el sol por su irradiación".

Pareciera como que la Naturaleza procura así que el conocimiento de una mitad del mundo asegure el desconocimiento de la otra mitad.

Somos creadores de músicas
y fabricantes de sueños,
que vagamos por desnudos arrecifes
y nos sentamos junto a corrientes desoladas;
perdedores, y a la vez salvadores,
en este mundo sobre el que brilla la pálida luna.
Y, no obstante, según parece,
somos quienes movemos
y conmovemos a este mundo para siempre.

Supongamos que un ictiólogo está explorando la vida en el océano. Sumerge una red en el agua, y recoge una diversidad de peces. Analizando lo que recogió, procede de manera científica a sistematizar lo que ello revela. Enuncia entonces dos generalizaciones:
(i) Ninguna criatura mide menos de dos pulgadas. 
(ii) Todas las criaturas marinas poseen branquias.
Ambas generalizaciones son verdaderas en relación a lo que recogió con la red, y él asume tentativamente que ellas serán verdaderas cada vez que repita la experiencia.
Al aplicar esta analogía, los peces recogidos representan el cuerpo de conocimiento que constituye la ciencia física, mientras que la red representa el equipamiento sensorial e intelectual que utilizamos para obtenerlo. Sumergir la red equivale a efectuar una observación, ya que todo conocimiento que no fue o no pudo ser obtenido por medio de la observación, no es admisible en la ciencia física.
Un testigo de la experiencia puede objetar que la primera generalización es incorrecta.
"Hay muchas criaturas marinas que miden menos de dos pulgadas, sólo que tu red no está adaptada para retenerlas".
El ictiólogo refuta la objeción con desdén.
"Todo lo que mi red no recoge se halla ipso facto fuera del conocimiento ictiólogico, y no forma parte del reino de los peces que ha sido definido como el tema de mi conocimiento. En suma, si mi red no lo puede recoger no es un pez".

Tenemos dos clases de conocimiento a las cuales llamo conocimiento simbólico y conocimiento íntimo. Ignoro si sería acertado decir que el razonamiento sólo puede aplicarse al conocimiento simbólico, pero no cabe duda que las formas corrientes del razonamiento se han desarrollado en función de un saber simbólico únicamente. El conocimiento íntimo no se somete ni a la codificación ni al análisis; o, mejor dicho, cuando intentamos analizarlo se desvanece y el simbolismo lo reemplaza.

Un individuo es un objeto cuatridimensional de forma muy alargada: en el lenguaje ordinario decimos que tiene una extensión considerable en el tiempo y una insignificante extensión en el espacio. En forma práctica, se le representa por una línea: su paso a través del mundo.

Sobre la naturaleza del mundo físico señaló:
Estoy familiarizado con una de ellas desde mi más tierna infancia. Es un objeto común dentro de ese ambiente que llamo mundo; ¿cómo voy a describirla?; tiene extensión; es, hasta cierto punto, permanente; noto que su superficie está pintada pero que, ante todo, es sustancial. Cuando digo "sustancial", no sólo quiero significar que no se viene abajo cuando me apoyo en ella, sino que está constituida por "sustancia", y en virtud de esa palabra intento transmitir a usted cierto concepto de su naturaleza intrínseca. Es una cosa, no como el espacio, que es una mera negación; no como el tiempo, que es ... Dios sabe qué! La característica distintiva de una "cosa" consiste precisamente en estar constituida por "sustancia", y no veo mejor manera de describir la sustancia, en este caso, que tomar como ejemplo ese trozo de naturaleza representado por una mesa ordinaria. No insisto más sobre el particular porque sería caer dentro de un círculo vicioso. Después de todo, si usted es un hombre de buen sentido, un hombre no muy atormentado por escrúpulos científicos, puedo dar por sentado que comprende la naturaleza de una mesa ordinaria. Es más; me han hablado de hombres dotados de buen sentido que creían poder conocer mejor el misterio de su propia naturaleza siempre que los hombres de ciencia llegaran a explicársela en términos sencillos como los que se emplean para explicar la naturaleza relativamente simple de una mesa.
La mesa número 2 es mi mesa científica. Mi conocimiento de ella es más reciente que el de la otra y por eso no me es tan familiar. No pertenece al mundo antes mencionado, a ese mundo que aparece espontáneamente a mi alrededor cuando abro los ojos, aun antes de entrar a considerar lo que en él es objetivo o subjetivo. Forma parte de un mundo que, de una manera indirecta, se ha impuesto a mí atención. Mi mesa científica es casi toda un vacío. Desparramadas en ese vacío hay numerosas cargas eléctricas moviéndose a gran velocidad, pero su volumen conjunto no alcanza siquiera a una trillonésima parte del volumen de la mesa. Dicha mesa sostiene mi papel de escribir en forma tan satisfactoria como la mesa número 1, pues cuando dejo el papel sobre ella las minúsculas partículas golpean su parte inferior de tal suerte que el papel queda mantenido en suspenso a un nivel aproximadamente constante. Si me apoyo sobre esa mesa, no pasaré a través de ella; o, para ser rigurosamente exacto, la probabilidad de que mi codo científico pase a través de mi mesa científica es tan remota que puede ser descartada en la práctica. Pasando revista a sus propiedades, una por una, parece que hubiera poca diferencia entre las dos mesas, en cuanto a su utilidad para usos corrientes, pero cuando sobrevienen circunstancias anormales mi mesa científica ofrece ventajas sobre la otra. Si la casa se incendia, mi mesa científica se disolverá en humo científico mientras que mi mesa familiar sufrirá tal metamorfosis que no me será posible explicar el cambio y tendré que considerar lo ocurrido como un milagro.
Mi segunda mesa está exenta de "sustancia". Casi toda ella es espacio; un espacio poblado por campos de fuerza, pero éstos deben ser designados bajo la categoría de "influencias" y no de "cosas". Ni siquiera podemos conferir la conocida noción de "sustancia" a aquella minúscula parte que no está vacía. Al reducir la materia a cargas eléctricas nos alejamos considerablemente de la imagen que dio lugar al concepto de "sustancia", y el significado de este concepto —si es que alguna vez tuvo alguno—se ha perdido en el camino. Todas las ideas científicas modernas tienden a eliminar las categorías estancas de "cosas", "influencias", "formas", etcétera, sustituyéndoles un fondo o fundamento común basado en toda la experiencia. Cuando entramos a considerar un objeto material, un campo magnético, una figura geométrica o una duración de tiempo, nuestra información científica se resuelve en medidas; ni el aparato de medir, ni el modo de usarlo, sugieren que hay algo esencialmente diferente en estos problemas. Las mediciones mismas no permiten establecer una clasificación por categorías.
Nos damos cuenta que es necesario concederles un fondo de perspectiva común; algo así como un mundo exterior. Pero los atributos de ese mundo, excepto aquellos que se reflejan en las medidas, quedan fuera de toda investigación científica. La ciencia por fin se rebela contra la tendencia a unir el conocimiento exacto, contenido en esas mediciones, al conjunto de representaciones tradicionales de conceptos; éstas no aportan información alguna auténtica sobre el fondo de perspectiva común y las cosas no rebeladas incluidas a la fuerza en el plano del conocimiento.
No seguiré, por ahora, insistiendo en la insustancialidad de los electrones. Ello no es mayormente necesario para seguir nuestra línea de pensamiento. Pueden ustedes representarse los electrones tan sustanciales como lo deseen, pero siempre comprobarán que existe gran diferencia entre mi mesa científica, con su "sustancia" (si es que la tiene) tenuemente disgregada en una región casi toda vacía, y mi mesa cotidiana que consideramos como tipo de realidad sólida, lo cual, entre paréntesis, implica una protesta contra el subjetivismo berkeliano. Hay una diferencia fundamental entre el hecho de que el papel ante mí esté mantenido en el aire por una serie de pequeños golpes dirigidos desde abajo, por algo en cierto modo comparable a un enjambre de moscas, o que esté en ese mismo lugar porque hay "sustancia" bajo él, pues está en la naturaleza intrínseca de la sustancia ocupar espacio con exclusión de otras "sustancias". La diferencia aquí es cuestión de concepto, pero no existe diferencia en cuanto a mi tarea práctica de escribir sobre el papel.
Huelga decir que la física moderna, gracias a delicados experimentos y a una rigurosa lógica, asegura que mi mesa científica es la única que en realidad está ahí ... Sea lo que fuere aquello que "ahí" pueda haber. Por otra parte, cabe insistir en que la física moderna jamás conseguirá exorcizar la primera mesa —compuesto extraño de naturaleza externa, imágenes mentales y prejuicios heredados— que veo con mis ojos y puedo asir con la mano. Debemos despedirnos de ella ahora porque vamos a dejar atrás el mundo familiar para adelantarnos en el mundo científico revelado por la física. Este es, o se supone que sea, un mundo puramente externo. " ¿Luego usted recurre a paradojas cuando habla de dos mesas?", dirán ustedes. "¿No se trata en realidad de dos aspectos o dos interpretaciones de un solo y único mundo?" Sí, sin duda, en última instancia pueden ser identificadas de alguna manera. Pero el proceso gracias al cual el mundo externo de la física se convierte en un mundo de relaciones familiares para la conciencia humana, está fuera del marco de la física.
Y de esta suerte el mundo que la física estudia con métodos propios queda separado del mundo familiar de nuestra conciencia, hasta que el físico ha terminado en él su tarea. Por lo tanto, provisionalmente, consideramos la mesa, que es el sujeto de nuestra investigación física, como algo fundamentalmente distinto de la mesa familiar, sin prejuzgar el problema de su identificación ulterior. Cierto es que todas las encuestas científicas arrancan del mundo familiar y que a la postre deben volver a ese mundo; pero el viaje, que es lo que está a cargo del físico, se realiza en territorio extranjero.
Hasta hace poco no existía separación tan radical; el físico acostumbraba a extraer del mundo familiar la materia prima que necesitaba para su propio mundo, pero ahora ya no sucede así. Su materia prima comprende éter, electrones, cuantos, potenciales, funciones hamiltonianas, etcétera, y actualmente cuida mucho de conservar estos ingredientes libres de toda contaminación de conceptos procedentes del mundo familiar. Hay una mesa familiar paralela a la mesa científica, pero no existen electrones, cuantos o potenciales familiares correspondientes a los electrones, cuantos o potenciales científicos; ni siquiera intentamos imaginarnos un equivalente familiar de esas cosas; dicho de otro modo, no buscamos explicar el electrón. Sólo después que el físico ha completado la construcción de su mundo se le permite identificar a éste con el mundo familiar. pero las tentativas prematuras para unir ambos mundos sólo han dado resultados negativos.
Del mundo de la experiencia rutinaria la ciencia tiende a construir un mundo simbólico.

Solo deseo manifestar a manera de Reflexión que la mejor definición moderna sobre la ilusión de los materialistas está expresada por una corta frase de Sir Arthur Eddington, quien señaló:

El materialismo, en su sentido literal, ha muerto hace tiempo.

Frase que refuerza con esta afrmación física de la realidad:

Creo que la mente tiene el poder de afectar a los grupos de átomos interfiriéndose en la conducta de los mismos e incluso que la voluntad de los seres humanos puede alterar el curso del mundo aunque este curso esté predeterminado por leyes físicas.

Dr. Iván Seperiza Pasquali
Quilpué, Chile
Noviembre
de 2005

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