Absoluta inmovilidad
DECÍA Schumpeter que la economía es un proceso de destrucción creativa. Es cierto, estamos asistiendo a un cambio vertiginoso que afecta a la producción, los hábitos y los medios de comunicación. Pero la paradoja es que la política permanece inmutable, siempre igual a sí misma. Mientras que las empresas y los individuos han tenido que adaptarse a los nuevos entornos, los partidos se han enquistado en la defensa de unos privilegios anacrónicos que contrastan con la exigencia de una mayor participación ciudadana en la cosa pública.
En primer lugar, los partidos han fagocitado las instituciones, a las que han convertido en fuentes de colocación. Este proceso, como el Big Bang, está sometido a una expansión permanente. Por eso, el Gobierno carece del más mínimo interés en reformar las Administraciones Públicas.
En segundo lugar, los partidos funcionan con mecanismos de selección adversa a la hora de promocionar a sus dirigentes. No voy a ser cruel y, por ello, evitaré citar media docena de ministros del PP que han acreditado su incompetencia.
En tercero, requieren sumas ingentes de dinero para mantener sus aparatos, lo que propicia que casi todos ellos se hayan tenido que financiar de forma ilegal a pesar de las subvenciones que reciben del Estado.
Y en cuarto, last but not least, los partidos operan de forma jerarquizada y piramidal. No hay ninguna posibilidad de debate interno o de exigir responsabilidades a la cúpula, como estamos viendo. Del diputado o del militante sólo se espera el aplauso.
Dicho con otras palabras, los partidos, que jugaron un papel fundamental en la Transición, se han convertido en maquinarias de poder y de colocación, sin proyecto político alguno. Por ello, la tecnocracia ha sustituido al debate de ideas.
PP y PSOE son hoy gigantescas organizaciones burocráticas que sólo atienden a los fines de su propio bienestar y supervivencia. De ahí su opacidad, su nulo interés en combatir la corrupción, que consideran un mal menor, y su resistencia a asumir responsabilidades políticas, ya que lo prioritario es mantener el poder.
La única posibilidad de regenerar la democracia española es una reforma de la ley de partidos, con cambios en el sistema de financiación y elección por primarias de todos los dirigentes y representantes. Pero eso es hoy por hoy imposible porque, como decía Spinoza, cada cosa se esfuerza siempre en perseverar en su ser. Y la esencia de los partidos es la absoluta inmovilidad.