Se ha editado 'Mi casa en Málaga' (Renacimiento y Centro
de Estudios Andaluces), de Sir Peter Chalmers-Mitchell, suerte de diario
personal, por intentar definir el género literario del título que nos
ocupa, que viene a incorporarse a la lista de los relatos que, de uno u
otro signo ideológico, inspiró el asedio y toma de Málaga por las tropas
militares alzadas contra la República. Estamos hablando de un periodo
dramático, siete meses de sangre, que transcurre desde julio de 1936 a
febrero de 1937. Este documento no deja de ser impactante porque
proviene de un aristócrata, relevante zoólogo británico, aunque escocés,
creador de los míticos jardines de Whipsnade, animalia campestre a
setenta millas de Londres que apasionaba a escritores como Ronald
Firbank o Frank Harris, supongo que al primero por su frondosidad,
intuyo que al segundo por la involución libre.
Precisamente en el frondoso prólogo de los traductores
que florece previamente a 'Mi casa en Málaga', Andrés Arenas y Enrique
Girón, aparece una referencia a Frank Harris y a sus escandalosas
memorias 'My life and loves', donde inventa más que parpadea. A pesar de
esto no deja de ser Harris un personaje abrasivo e inteligente, aunque
algo manipulador y olvidadizo: los documentalistas lo detestan, los
escritores lo estiman por su capacidad de inventiva y por su bizarría,
algo que le une a Chalmers, al que cita en sus memorias. La verdad es
que el zoólogo no se queda corto como inglés excéntrico -recuerdo ahora
el ensayito del mismo nombre de otra criatura extraña: Edith Sithwell-.
En realidad si saco del armario a estos monstruitos (Firbank, Harris,
Sithwell y compañía), es para tratar de explicar la curiosa personalidad
del autor que escribió el diario de urgencia 'Mi casa en Málaga'.
Sir Peter decide establecerse en la ciudad del paraíso
cuando ha cumplido setenta años. El buen clima y un nivel de vida que
convertía a los pobres extranjeros en ricos y a los burgueses medios en
millonarios, hicieron el resto. Chalmers es un decadente que viste con
primor y resume de haber conocido al siempre presente Óscar Wilde, por
lo que no es un disparate afirmar que podía ser un homosexual secreto,
inconfeso. La casa de Chalmers en Málaga se llamaba Santa Lucía y se
encontraba en El Limonar, el barrio de los pudientes; se trataba de una
villa coqueta, no excesivamente lujosa. Sin embargo, para desgracia de
Sir Peter y para la de todos los españoles, estamos en 1934 y en ese año
la República empieza a tambalearse, estalla la revolución de Asturias, y
el soviet y el nazismo utilizan España para sus experimentos. La
Arcadia, resguardo del aristócrata, empieza a desmoronarse.
Chalmers y Brenan coincidieron en Málaga, no se hicieron
amigos, pero se respetaban. Gerald Brenan, y su mujer, la también
escritora Gamel Woolsey le habían comprado a Carlos Crooke Larios una
casa en Churriana que luego le serviría de refugio al antiguo
propietario cuando, en los primeros meses del terror rojo, fue
perseguido por los milicianos. Este dato es importante: Chalmers, a
pesar de su posicionamiento radical a favor de la República, también
escondió en Villa Santa Lucía a Tomás Bolín y familia, afectos al golpe
de Franco. Chalmers es una contradicción andante. Al leer 'Mi casa en
Málaga', irrita un poco que perdone y justifique los desmanes
republicanos, y a la vez socorra, jugándose la vida, a una familia
significadísima con el alzamiento militar. Algo similar pasó con
Porfirio Smerdou, cónsul de México, aunque su tarea fue ejemplar y nunca
se le agradeció lo suficiente. Chalmers tomó el té varias veces con
otro extranjero, Edward Norton, ex cónsul norteamericano y esos días
presidente de la Compañía de Frutos Secos de Robert Bevan. La irritación
que produce algunas páginas de 'Mi casa en Málaga' también las produce
el descarado deslizamiento a favor de la intervención militar que relata
Norton en su versión de aquellos días, 'Muerte en Málaga' (Universidad
de Málaga). El rizo contradictorio se riza interminablemente: Edward
Norton facilitó la huida de Chalmers a Gibraltar cuando Málaga fue
conquistada por los franquistas.
A pesar del desacuerdo que pueda tenerse o no con
Chalmers, 'Mi casa en Málaga' posee una prosa sincopada y vibrante que
prefiere la instantánea a la reflexión, la subjetividad a la
neutralidad; en este cuento se trasluce el drama, la inseguridad, el
desasosiego de aquellos meses que culminaron con la huida hacia Almería.
No puede negarse que la aparición de este libro debe ser recibida con
alborozo, porque va completando el catálogo que, tarde o temprano,
tendrá que elaborarse en torno a uno de los episodios más crueles de la
guerra civil. Debo avisar al lector que no debe buscarse imparcialidad
en 'Mi casa en Málaga', no la hay en Chalmers, como no la hay en Norton,
pero indudablemente constituyen dos caras de una misma moneda.
'Mi casa en Málaga' añade un título más a una memoria
literaria que habrá que unificarse algún día y en el que se encuentra,
aparte de la obra citada de Norton, varios títulos y autores de especial
valía, entre otros, el soberbio diario de Gamel Woolsey 'El otro lado
de la muerte', más conocida como 'Málaga en llamas'; los estudios de la
duquesa de Atholl o de Marjorie Hutchinson; la formidable 'Monte de
Sancha', de Mercedes Fórmica; 'Los años vitales', de Luis Bolín; 'El
crimen de la carretera Málaga/Almería', de Norman Bethune; buena parte
de la obra andaluza de Brenan; los recientes trabajos del profesor José
Ruiz Mas sobre la guerra civil vista por extranjeros, y suma y sigue: un
etcétera aún por descubrir, nomenclatura libre de impuestos
ideológicos. Una última y doble curiosidad. La primera, Chalmers salvó a
Arthur Koestler, famoso y seductor periodista que despotricó después de
su primer comunismo, de las violentas garras de Luis Bolín; la segunda:
Chalmers tradujo al inglés las novelas de Ramón J. Sender. Como ven
este señor no tenía desperdicio.
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