El verdugo de Zaragoza y sus 192 ejecutados

Hoy les ofrezco una pequeña joya del periodismo. Hace algo más de tres meses publiqué en HERALDO un reportaje en torno al libro de Salvador García Jiménez “No matarás. Célebres verdugos españoles” (Melusina). En él se ofrecen jugosísimos datos sobre el último verdugo de Zaragoza en el siglo XIX, José González Irigoyen. Una vez de vuelta de las vacaciones, me dije: “¿Y si HERALDO le entrevistó?”. Bueno, pues me zambullí en la hemeroteca a ver si había suerte, no muy seguro de salir victorioso porque no en vano el periódico fue creado en septiembre de 1895 y José González murió unos meses después. No encontré una entrevista propiamente dicha, pero sí un reportaje muy interesante, realizado a raíz de su muerte. Por increíble que pueda parecer, el reportaje se realizó entrevistando al hijo del verdugo, con su padre de cuerpo presente en el propio velatorio. ¡Ahí es nada! Léanlo, porque lo que cuenta es sobrecogedor:

A la puerta de una casa de la calle de Agustina de Aragón, hallábase ayer sentada, cosiendo, una mujer.
-¿Vive aquí el Sr. José? -le preguntamos-.
-Ya no vive.
-Sí, sabemos que ha muerto. Pero ¿vivió aquí?
-Sí, señor. En aquella casa de la persiana verde.
Subimos a la casa indicada. Era una escalera estrecha y obscura. Dimos frente a una sala en la que había cuatro o cinco personas. En medio, en el ‘reposer’ de la muerte, estaba el Sr. José; el ejecutor de la justicia. Vestía de negro; cubría su cabeza gorro negro de terciopelo. Los brazos estirados, rígidos. El rostro chupado. Aquel era el hombrecito que conocíamos. El obrero del patíbulo. Interrogamos al hijo.
-Algo puedo decir para satisfacer la curiosidad periodística -exclamó-. Mi padre refería muchas cosas. ¡Si recordase todas, qué historia tan interesante podría escribirse!
Tenía 84 años. Fue ejecutor 56 años. Privó de la vida en el ejercicio de sus funciones a 192 personas entre mujeres y hombres. Se llamaba José González Irigoyen. Era natural de esta ciudad. Su padre fue ejecutor. Lo fue de un modo curioso. Era de Grisén. Un día hizo una apuesta. Se vino a la capital y esperó a Marco, el verdugo entonces, que por cierto murió de aprensión…
-¿Había ejecutado mal a alguno? -interrumpimos-.
-¡Cá! Murió de aprensión porque se casó muy viejo y su mujer era muy guapa y joven. Pues, como decía, se vino aquí y esperó a Marcos en la plaza del Mercado, cuando volvía de cumplir su misión. Se arreglaron y entró de ayudante. Al morir aquél, le substituyó. Su hermano Severo fue ejecutor en Barcelona; su otro hermano, el mayor, Ramón, murió de la impresión por una ejecución producida. Un primo hermano suyo fue ejecutor en Valladolid. Mi padre tuvo dos hijos: Pilar, que reside en León, y yo. Nunca se manifestó ni satisfecho ni disgustado de su profesión. Considerábase el ejecutor de la ley. Tenía una fuerza enorme. Ya muy enfermo, me abrazó un día y, agarrándome del cuello me vi negro para desasirme. Contaba casos curiosos, como llevo dicho. Entre ellos recordaba el de una quinquillera de Cinco Villas. Una noche de invierno se había marchado su marido y llamó a su puerta un contrabandista. Le pidió posada y le hizo pasar a su cuarto. Entablóse cierta confianza entre ambos y él le enseñó un bolsillo verde lleno de monedas de oro. Se acostó el contrabandista y, cuando estaba profundamente dormido, la quincallera le descargó un violento golpe de maza en la cabeza, abriéndosela. En la agonía se defendió el contrabandista arrancándola un mechón de pelo. Ella, furiosa, hizo pedazos a su huésped y lo metió en una artesa. Cada noche sacaba un trozo del cadáver y lo enterraba al pie de un monte próximo. Se descubrió el horroroso crimen y fue ella condenada a muerte en garrote vil. La ejecución hubo de suspenderse por hallarse la criminal encinta. Cuando la ejecución se iba a cumplir pidió dar el pecho a su hijo, al que quería ver por primera y última vez. Este favor se lo dispensó mi padre. Al tener al hijo en brazos, ella, que no había querido arrepentirse, notó que un rayo de sol entraba en el calabozo y, viéndolo, exclamó: “¡Dios no me niega el sol, es que me perdona!”. Al sentarse en el fatal banquillo pidió a mi padre que no la despeinase y fuese breve. Mi padre así lo cumplió. Sabía hacer las cosas… Otra vez, cuando debía ejecutar a dos en Ejea, mi padre estaba contento y así se lo dijo a un periodista, porque con ellos cumplía el número necesario para jubilarse. Se logró el indulto y el periodista fue a despertar a mi padre, gritándole: “Por esta vez se ha fastidiado usted, los reos están perdonados”. Mi padre se irritó. “¿Usted, cree, -dijo- que yo tengo deseos de matar?”. Le indignaba que nadie le creyese complacido en ejecutar reos. Recuerdo que una vez se obró un caso que parecía tener algo de providencial. A mí me criaron con mucho mimo por estar casi siempre enfermo. Volvíamos una noche del teatro y en el muro del jardín de mi casa, sita frente al cuartel de Pontoneros, vimos una paloma blanca con dorados reflejos. La paloma vino a posarse sobre mi cabeza que, entonces, por capricho de los que me dieron el ser, hallábase adornada por abundantísimas guedejas. Me asustó y quise pegar al animalito; lo cogió mi madre y discutimos si habríamos de anunciar el hallazgo para su devolución. Mi padre intervino y dijo: “No. La mataremos. Si el dueño aparece se le abonará. Tengo la corazonada de que el reo que he de ejecutar pasado mañana, será perdonado, matando la paloma”. En efecto, el indulto vino al día siguiente: hasta entonces no se lo había podido lograr a pesar de todos los esfuerzos imaginables.
Otros casos nos refirió el hijo de José González, que omitimos. De su relato aparece este hombre fuerte, generoso, convencido de que desempeñaba una alta misión social. Nosotros no podíamos convencernos de ello. Recordábamos las tribunicias imprecaciones de Víctor Hugo, y en aquella sala pequeña, frente aquel hombre inerte, elevándose en la cabecera un Crucifijo cuyos extendidos brazos parecían impetrar perdón, antojábasenos ver flotantes en el espacio el recuerdo de 192 seres, a quienes habían, aquellas manos muertas, hécholes expiar sus crímenes en nombre de la Justicia humana.

¡Uf!

Y mañana…
¿Qué fue del ‘Mozart’ zaragozano?

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9 respuestas a El verdugo de Zaragoza y sus 192 ejecutados

  1. Hitano dijo:

    Pues sí, ¡uf!. Escalofriante e impagable testimonio.

  2. Maria Pilar Paris dijo:

    De acuerdo !uf!

  3. javier dijo:

    De la interesantísima entrevista se deducen varias cosas. Y la primera y principal es que en esa España del XIX se mataba a mansalva, se mataba a discreción. Sólo el verdugo de la Audiencia de Zaragoza mató a 192, lo que da una media de 3,5 ejecuciones/año. ¡Ahí es nada! Súmesen el resto de Audiencias de España y se verá que esto era un matadero.
    En nuestra época, los que tenemos cierta edad, hemos conocido cuatro verdugos en acción. El libro de Daniel Sueiro “Los verdugos españoles” es un clásico del género, con excelente documentación y entrevista con los “funcionarios ejecutores de la justicia”, pomposo título que siempre se han colocado los verdugos para ocultar el horror y la degradación absoluta de su trabajo, ya no se puede caer más bajo. ¡Qué horror!
    En You Tube se puede ver y escuchar al último verdugo español vivo, Bernardo Sánchez Bascuñana. Los enlaces son:
    http://www.youtube.com/watch?v=dYmicojchFM,
    http://www.youtube.com/watch?v=EQSxgulQH04
    Excelente entrada Mariano, excelente. Te tengo que felicitar. ¡Ah!, y ya ni Cristo escribe “guedejas”.¡Qué pena! También el subjuntivo está muerto; y el punto y coma. Otras penas.

  4. quemasda dijo:

    Estoy con Javier: muy buena entrada, Mariano. Me ha gustado mucho, me ha recordado a la película “El verdugo”. Supongo que era un trabajo como otro cualquiera, y eso no quería decir que no tuviesen corazón, aunque había que tener “estómago” para ello.
    Sobre todo, me ha gustado el episodio de la paloma blanca, yo creo en estas cosas de los signos que nos dá la vida ….

  5. angelines dijo:

    Termino de comer y, la verdad, no sé si me sentará bien; en fin. Relato bueno, pero desagradable

  6. Jorge dijo:

    Dios me libre y guarde de caer en manos de un verdugo… Otra perla literaria de las que nos tiene acostumbrado el autor del blog.

  7. Albertooo dijo:

    Al hilo de la entrada que hoy nos propone Mariano, desempolvo este recorte que guardaba en mi carpeta de curiosidades espeluznantes. ¡La de lecturas que pueden hacerse de esta noticia que publicó HERALDO DE ARAGÓN el 17 de marzo de1906!:
    “Un individuo domiciliado en Borja ha solicitado la plaza de verdugo vacante en esta audiencia. Pero ese individuo que muestra tan macabras aficiones, aunque vive en Borja, no ha nacido en esa simpática ciudad, ni son oriundos de allí sus padres ni ninguna de las personas de su familia. Así tienen interés en hacerlo constar algunos vecinos auténticos de Borja, que no comparten las inclinaciones de que ha dado muestras ese aspirante al desempeño de la misión encomendada a todo ejecutor de la humana justicia”. Sin comentarios.

  8. Luis dijo:

    Recuerdo con gran temor la simulación de una ejecución por garrote vil que pusieron largos años ha en Informe Semanal… No sé cómo nadie puede tener estómago para ser verdugo ni en esa época ni en la actual.

  9. Francisco dijo:

    Me sorprende que hay quien diga que “en esa España del siglo XIX se mataba a mansalva”; evidentemente, esa persona no conoce datos de Francia, Inglaterra o Estados Unidos, por poner sólo unos ejemplos bien conocidos, datos, además, bien conocidos y publicados. Es más, incluso durante los años de Franco, en esos países se ejecutaba con una mayor frecuencia que en España, unas 20 ejecuciones por año en Reino Unido, por unas 120 en EEUU o 10-15 en Francia (sin contar Argelia, colonia francesa, con muchas ejecuciones en la guillotina dobles, triples, cuádrupes y hasta quíntuples entre 1950-1960). No entiendo por qué razón se vincula el garrote vil al régimen franquista, cuando en realidad es un instrumento de ejecución que se utilizaba en España desde finales de la Edad Media. No hay que olvidar que las dos últimas ejecuciones en Francia en la guillotina tuvieron lugar en una fecha tan cercana como 1977, pero parece que la guillotina es más humana que el garrote cuando no es así, ambos métodos son horrorosos.
    Creo que es hora de informarse bien y no hacer declaraciones sin los conocimientos y la preparación necesaria.

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