Lección de Esoterismo
Práctico Nº 22
EVOLUCIÓN
ESPIRITUAL Y DESENGAÑOS AFECTIVOS
Intelecto e
Iluminación
¿Todo puede ser
comprendido por el intelecto?. Tal vez, pero sólo si se afina,
se sutiliza y evoluciona para transformarse en una herramienta
de percepción de grado superior. A veces, en el terreno del
Esoterismo y la Espiritualidad creemos que el conocimiento de
planos más sutiles o elevados depende de una hipotética
evolución biológica de la Humanidad, o de infusos "dones"
innatos, producto quizás de una ganancia kármica, o de
haber sido "elegidos" (vaya a saberse en virtud de qué lotería
cósmica) por seres superiores para ser receptáculos de
intuitiva sabiduría. Como si el sol de la Iluminación hubiera
amanecido una mañana sobre el desierto de la vida y,
justamente, nos hubiera encontrado allí, solitarios y de pie,
mientras el resto de nuestros dormilones congéneres remolonea
en la profunda oscuridad de alguna caverna.
De lo que estoy hablando
aquí es que debemos comprender que la evolución es función
también del intelecto. Y que al hablar de "evolución
espiritual", quizás nos vemos, constreñidos por la semántica,
a ponerle un rótulo, tan bueno como cualquier otro, a la
certeza de que hay formas de "conocer más allá", sólo que no
sabemos a ciencia cierta cómo se producen. Eventualmente,
alguien objetará que el "cómo" no es importante, que
lo verdaderamente importante es que ocurra. Falsa ilusión: si
no comprendemos el cómo, no seremos dueños de que ello nos
ocurra; sólo esclavos de un imponderable. Así es como se
posterga el "salto cuántico" de la Humanidad, pues mientras
las evoluciones, siempre individuales, casi solipsistas, se
sigan produciendo errática e involuntariamente, el resultado
será tan azaroso como introducir el brazo en una laguna y
extraer una moneda de oro, por más que tengamos la absoluta
certeza de que la moneda está en algún lugar. Más valdría
drenar la laguna con una cuchara, ciclópea tarea milenaria
que, cuando menos, indefectiblemente en algún momento nos hará
tropezar con la moneda.
Obsérvese que el Yo del
individuo evolucionado y el Yo del ser humano bestializado,
mediocre, rudimentario o subordinado a sus impulsos y deseos,
es el mismo. La diferencia no es de naturaleza; es de grado,
diríamos de vibración. Las herramientas con que el individuo
de Yo inferior conoce y se conoce son las mismas con las que
lo hace el individuo de Yo superior. Pero éste ha ascendido
uno o más peldaños en la escala. Especialmente (y éste es el
objetivo de estas líneas) si decide poner ese ascenso bajo la
égida de su voluntad conciente. Sólo si logra
"sentir" en su interior el poder de la
voluntad.
Para mediocres,
materialistas y "grises" (no extraterrestres, digo; sino en
sentido metafórico) el cuerpo es el Yo. Su Yo está cautivo de
los sentidos y sensaciones. Un poco más avanzado, sólo un
poco, es cautivo de sus fracasos y sus miedos. A medida que el
ser humano adelanta (como ejemplo histórico, en cultura y
civilización) sus sentidos se agudizan, se educan y satisfacen
solamente con refinadas percepciones mientras que el ser
humano inculto queda perfectamente satisfecho con las
materiales y groseras satisfacciones de los sentidos. Por lo
tanto, evolucionar es un acto de elección.
Este proceso requiere el
Reconocimiento del Yo, concentrando toda nuestra atención en
el mismo, interceptando todo pensamiento del mundo exterior.
Deben enfocarse en el Yo como una entidad real, un centro en
cuyo alrededor gira el mundo, sin que una falsa modestia o
subestimación se oponga a esta idea, porque ustedes no negarán
a los demás el derecho de considerarse también como centros.
Hasta que el Yo no se reconozca como un centro de pensamiento
no podrá manifestar sus cualidades. No es compararse con otros
ni, mucho menos, creerse superiores (algo indigno de un Yo
adelantado). Así habrán dado el primer, básico y elemental
paso en el camino del Conocimiento: el Reconocimiento.
De esto dimana una
primera comprobación: por humilde que sea su posición, dura su
suerte, solitaria su realidad, no querrá cambiar su Yo por el
del más "afortunado", más poderoso individuo del mundo. Pueden
dudar de esto, pero deténganse a pensar: cuando dicen que "les
gustaría ser" tal o cual persona, lo que realmente piensan es
que a ustedes les gustaría tener su grado de suerte, poder,
fama, dinero. Necesitan algo de lo que admiran en aquella
persona o algo igual a lo que posee; pero no desean "sumergir"
su identidad en la suya ni hacer cambio de seres. Para ser
otra persona tendrían que "desaparecer ustedes" y en vez de
eso serían la otra persona. Sus Yoes desaparecerían y no
serían de ningún modo ustedes, sino
ellos. Tendrían que reflexionar sobre estas
ideas aquellas personas con la autoestima alicaída.
El siguiente paso es
hacer del temor a lo desconocido, al miedo, o a lo conocido y
desagradable algo desprovisto de efecto en nosotros. Para
ello, en cualquier instancia de la vida que atravesemos un
problema de la naturaleza que fuere, imaginemos el peor
escenario posible. Metámonos en él, vivamos la emoción
negativa. Si es económico, visualicen la situación de pérdida.
Si es de salud, siéntanse mal, si es afectivo, percíbanse en
soledad o vean al ser amado acostado con otra persona. Esto no
es "programación negativa": lo sería si enfermizamente
repitiéramos, como una masturbación espiritual, una y otra y
otra vez la vivencia. No. Lo que digo es que por una vez
debemos meternos en el dolor, pero eso sí, explorarlo hasta el
final. Luego, dejar la experiencia a un lado. La consecuencia
es que experimentado lo peor, todo lo que devenga será mejor
que eso. Y estará nuestro Yo fortalecido (mis estudiantes de
Control Mental Oriental recordarán sin duda, aquí, el concepto
de "apego al desapego"). Cumplidos estos pasos, la mente
concentrada puede penetrar en un asunto como un escáner
tomográfico y entonces el Yo verá la cosa en realidad tal
como es y no como parecía ser
antes.
Obsérvese que en esta
última frase he establecido implícitamente una diferenciación
entre "mente" y "Yo". La "mente" es, en puridad, la "sustancia
psíquica" que, más densa como membrana protectora o tan
sutil como un traslúcido velo, rodea al Yo. Si elegimos
identificar al Yo con el Espíritu, recordarán que establecimos
una marcada distinción entre "espíritu" y "alma". "Alma" es la
partícula de Divinidad, de Conciencia Cósmica que vitaliza a
cada ser vivo. "Espíritu" es el reflejo, la impronta especular
de esa partícula en el ser. El Espíritu es microcósmicamente
lo que el Alma macrocósmicamente. Así, el Yo Espiritual está
protegido en su delicadeza de las agresiones del mundo
material por la sustancia mental. Pero también, aislado. Y así
como el cerebro necesita de dos sustancias para su correcto
funcionamiento (acetilcolina y estenocenorasa), así la
sustancia mental está compuesta de dos niveles de densidad: la
Mente Inferior (característica de los seres
poco evolucionados) y la Mente Superior. Si
domina la primera, el Yo Espiritual no recibe fácilmente el
impacto de las agresiones del mundo material, no
sufre. Pero en su rigidez, su anquilosamiento
también es insensible a las caricias de pétalos de rosas con
que la vida nos obsequia a cada paso y, consecuentemente, las
percepciones del Yo Espiritual no pueden salir al exterior. Si
domina la sustancia de la mente superior, en cambio, el Yo
Espiritual "penetra" (como luz que atraviesa un traslúcido
velo) fácilmente a la realidad cotidiana, pero es a la vez
mucho más vulnerable a las agresiones del medio:
sufre más. Esto explica por
qué el individuo evolucionado pena afectivamente
más, es más propenso al desengaño, la
decepción, la desilusión, la soledad, el desencuentro
sentimental.
El síndrome del pájaro
pintado
Por alguna razón que aún
se me escapa —pero que debe tener su justo encastre en el
ordenado devenir del Wu Wei universal— hace algunas
semanas que estoy recibiendo mails de lectores concomitantes
en un punto; pedirme opinión (o consejo, cosa que no me
convence) respecto al porqué, pese a sus buenos esfuerzos y la
aplicación de sus prácticas o lecturas de lo esotérico o
espiritual, ciertas situaciones puntuales de sus vidas siguen
en conflicto. Especialmente —en casi todos ellos (y ellas)— lo
afectivo. De hecho, pregunto casi con fruición de encuesta:
¿no observaron ustedes que una enorme mayoría de personas
allegadas a lo alternativo, lo metafísico, lo espiritual,
tienen severos problemas de convivencia, de relación afectiva?
Va de suyo que existe un porcentaje que no; que coexisten
pacíficamente, sin estridencias. Va de suyo también que
deberíamos excluir de estas consideraciones a quienes se ponen
el sayo de “alternativos” o “espirituales” sólo para ganar
unos dinerillos. Hablo de ustedes, de quienes viven con pasión
lo no convencional, de quienes creen que hay caminos
espirituales válidos. De quienes defienden la
“psicodiversidad”. De quienes aceptan la materialidad y el
pragmatismo casi como un mal necesario.
Pensando en esos
lectores, recordé algunas líneas, concretamente, de uno de mis
cursos (a cuyos alumnos y alumnas, aún cursantes, les ruego la
dispensa de compartirlo con algunos miles). Y escribía
esto:
“(...) Pero —nobleza obliga— también
debemos advertir de los peligros que esta travesía trae
consigo. El primero, principal, más obvio y evidente casi de
forma inmediata: es una vía de evolución, con todos los
beneficios pero (en el contexto social en que nos
desenvolvemos) todos los riesgos que ello implica. Y de
éstos últimos, sobresale el “síndrome del pájaro
pintado”.
Éste hace referencia a una cruel
costumbre de algunos niños en países de Europa Oriental
(incluso, sirvió de título a una novela del escritor polaco
Jerzy Kosinski) en la cual se captura un gorrión de una
bandada y se le pinta con brillantes colores; luego se le
libera, pero cuando el pájaro trata de regresar a su
bandada, el resto de los gorriones ya no lo reconocen y
comienzan a atacarlo a picotazos; el pájaro pintado debe
entonces huir —y vivir en soledad, pues no será aceptado en
otra bandada— o arriesgarse a morir bajo el ataque de
quienes eran hasta hace poco sus congéneres. Ya no es, ya no
volverá a ser nunca el mismo, y por ello su vida, sus
horizontes deberán forzosamente ser distintos o arriesgarse
a perecer. Así también, nuevos miedos remplazarán a los
antiguos y sólo habrá paz cuando, quizás, se cruce en el
camino de otros pájaros pintados.
Pensar y —sobre todo— vivir de
acuerdo a (estos) principios es ser por propia elección un
pájaro pintado. La vía de evolución, la vía de ascensión no
está exenta, no puede estarlo, de dolores y pérdidas. Todo
crecimiento duele, toda ascensión duele porque sólo se puede
evolucionar en soledad. No existe el crecimiento
“compartido”; alguien muy amado a su lado
puede elegir libremente las mismas lecturas, las mismas
prácticas, los mismos estudios, acompañarle activamente en
su búsqueda, pero la forma en que impactará ese camino en el
espíritu de esa persona será una experiencia propia e
intransferible y, por definición, distinta de la de usted.
Así que no hay forma de mutar y no arriesgarse en el proceso
a que las cosas y la gente queden atrás. El
camino del monje es solitario, y sólo cada uno y
cada una sabrá si es el momento y está pronto para
ello.
Cualquiera diría que con estos
comentarios trato de espantar a mis estudiantes. No, se
trata precisamente de lo contrario, pero no puedo ser
hipócrita y caer en las mismas actitudes zalameras y
gratuitamente complacientes a que hiciera referencia (en la
lección anterior). Lo que quiero decir es que cada uno y
cada una de ustedes debe hacerse cargo, ser responsablemente
conciente si éste, el camino de la evolución, es lo que
realmente quieren y buscan, y comprender que en la Vida
siempre hay intercambio de energías; por ende, si debo
evolucionar, debo abandonar viejas vestiduras, desprenderme
de viejas costras. No se puede evolucionar y seguir gozando
de las comodidades, beneficios, réditos y condiciones de
antes de ese paso evolutivo.
Ahora bien, quisiera detenerme un
momento en aclarar en qué consiste, de qué manera se
manifestará en nosotros dicha “evolución”. Pues no nos
transformaremos en seres inmateriales, ni
teletransportaremos nuestros cuerpos físicos por mera
expresión de la voluntad. Empero, sería cuando menos pedante
—y seguramente erróneo— de mi parte definir las
consecuencias últimas de la evolución de cada uno, porque
precisamente por lo dicho no puede nunca saberse cómo
impactará la misma en cada espíritu. De una cosa pueden
estar seguros: ese resultado final no será conflictivo con
la tendencia armónica de las leyes universales y sí
coherente con el “sentido funcional” (prefiero no decir
“misión”) de nuestra vida aquí y ahora. Debemos aceptar, por
tanto, enfocar nuestra atención al resultado inmediato del
camino evolutivo.
Porque hasta aquí hemos hablado
de una de las complicaciones: la soledad, cuando menos
inicial. Pero es tiempo de hablar de los beneficios (...). Y
uno de éstos es la deformación del campo espiritual en
nuestro derredor atrayendo hacia nosotros el componente
espiritual de los demás. Esto no es difícil de comprender.
En el reacomodamiento subsiguiente al crecimiento interior,
se establecen nuevas relaciones interpersonales, nuevas
“líneas de energía” vinculantes con terceros, siendo
estos “terceros” personas y eventos. Geométricamente
hablando, esta evolución se manifestará como lo que llamo
una “perspectiva heliocéntrica” afín a la más pura
concepción esotérica. Así como todo sistema solar se
constituye con una estrella central que da vida, luz, calor,
energía, y a su alrededor se organizan y subordinan los
planetas, unos más próximos, otros más lejanos y esos
planetas pueden “prosperar”, es decir, recibir luz, calor,
energía, vida, en tanto y en cuanto permanezcan estables en
la relación geométrica que tienen con el astro central, así
alrededor de nosotros, en esta nueva fase evolutiva, se
organizará y dispondrán las personas y los hechos. Más
cercanos o más lejanos a nosotros, recibirán energía y vida
de ese “sol” en que nos habremos de transformar,
microcósmicamente seremos aquello que macrocósmicamente es
el sistema solar. Seremos un fractal de aquél. Pero,
entonces, ellos —los demás, los eventos— serán también un
fractal nuestro. Estemos bien, y ellos devendrán armónicos.
Permitámonos flaquear, y el equilibrio del conjunto estará
en peligro.
Así que va de suyo que el primer
beneficio de esta práctica será una consecuencia similar a
la distorsión del espacio-tiempo einsteniano alrededor de un
cuerpo astronómico, que es la Gravedad concebida desde la
perspectiva relativista. Otra vez, por Principio de
Correspondencia, así como todo cuerpo astronómico —en virtud
de esa deformación— atrae inevitable e irremediablemente
hacia sí todo otro cuerpo (con mayor velocidad cuanto más
cercano se encuentre) así atraeremos hacia nosotros otros
“cuerpos”, esto es, personas y eventos. Incidentalmente,
como en nosotros late una inteligencia y discernimiento que
en el cuerpo planetario no existe, habrá una selectividad
optativa de qué personas y qué eventos queremos
atraer.
Otro de los beneficios imanentes
tiene que ver con la salud —en cualquier forma que la
concibamos— (...) nos ordenaremos de acuerdo a las líneas de
energía y las formas fundamentales de la Naturaleza. Y donde
hay orden, hay equilibrio. Donde hay equilibrio, hay salud
porque, ¿qué es la salud, sino una condición de equilibrio?.
Evolucionar es sanar, como sanar es evolucionar.
Puesto en otros
términos: Somos entes dinámicos y por eso, cambiantes. No
somos lo que fuimos —o creíamos, o creyeron los demás— ayer,
ni lo que seremos mañana. Y mutar, en sentido
evolutivo, requiere la templanza del dolor también. Porque el
dolor es inevitable: lo que es evitable es que ese dolor sea
estéril.