El Mundo Orbyt.
salvador sostres
31/01/2012
Lo
de Spanair ha ido mal porque los gobiernos no saben ni tienen que hacer
compañías aéreas. Lo mismo que el Estado del Bienestar ha quebrado
porque los gobiernos no saben ni tienen que hacer escuelas ni
hospitales. Lo de los aviones suena más grotesco, porque, a fin de
cuentas, no es un servicio básico, pero es el mismo principio de
incompetencia -que sólo puede llevar al fracaso- que en el caso de la
sanidad y la enseñanza públicas.
Si la Generalitat quería potenciar el aeropuerto de El Prat,
que le fuera traspasada su titularidad y su gestión, o si quería incluso
privatizarlo, tenía la vía política para presionar y conseguirlo. Lo
que no podía hacer -y ahí está el resultado- es convertirse en uno de
los principales accionistas de una compañía aérea. Las empresas las
tienen que hacer los empresarios. Los políticos tienen que hacer
política, y tienen que hacerla para favorecer a sus empresarios, porque
sin empresarios no hay economía y sin economía no hay nada.
La Generalitat, en Spanair, ha intentado suplir a una
burguesía que, si bien fue el motor y el alma de la Cataluña de los
siglos XIX y XX, en la actualidad está débil y atontada, y cuando se les
reclama para los grandes proyectos no están a la altura de las
circunstancias. Después, mucho quejarse de España, pero, a la hora de la
verdad, ellos siempre fallan. Y cuando a un país le fallan sus ricos y
sus empresarios, tiene el fracaso asegurado.
Lo que le ha pasado a Cataluña es que la subvención ha
atrofiado la musculatura emprendedora. Hubo un tiempo en que vivíamos en
tensión. A todo estábamos atentos y cada oportunidad la aprovechábamos.
Amábamos la vida, la libertad, y nos sentíamos más libres y más vivos
enfrentándonos a la adversidad. Nunca nos quejábamos y casi siempre
ganábamos. Cuando perdíamos, sabíamos cómo volvernos a levantar. Las
subvenciones se cargaron este vigor y esta esperanza.
Lo de los aviones suena más aparatoso, pero las escuelas y
los hospitales tendrían que ser igualmente privados y competir entre
ellos, que es el único aliciente para hacerlo cada día mejor. El Estado
tiene que limitarse a garantizar que los que no puedan pagarse la
escuela y el hospital tengan igualmente acceso a la enseñanza y a la
sanidad.
La primera norma es la responsabilidad y el respeto al dinero
de los contribuyentes. Hay que estar seguro de que realmente esa
persona no puede pagar la escuela o el médico. Hay que estar seguro de
que no puede trabajar o de que no puede trabajar más para ganar más
dinero. La primera norma es no crear holgazanes ni aprovechados, ni
burlarse de quien muy generosamente paga una parte de sus ganancias para
poder ayudar al necesitado.
La segunda norma es la excelencia en el servicio, porque, de este modo, el Estado podrá pagar la plaza concreta en el mejor hospital y en la mejor escuela, y podrá hacerlo con mucho menos dinero del que cuesta mantener toda esta tropa de innecesarios funcionarios. La concertación personalizada y controlada es mucho más justa, eficaz y barata que el gratis total; favorece el ascensor social y no crea la sensación de que no hace falta que hagamos nada porque ya todo lo tenemos pagado. No harían falta tantos impuestos porque no habría tantos gastos, y la gente trabajaría más porque tendría claro que nada le iba a ser regalado. Avión, escuela, hospital. El Estado lo hace siempre peor y más caro. Un país lo tienen que construir sus empresarios.