Blaise Pascal, observando las estrellas en una
noche oscura, escribió poéticamente, con enorme angustia también, que le
producía terror “el silencio eterno de esos espacios infinitos”. El universo es
grandioso es verdad, pero no conocemos absolutamente nada de él. Cualquier buen
manual divulgativo nos explicará que sólo somos capaces de observar un cuatro
por ciento; el resto estaría constituido por materia y energía oscura, que no
sabemos lo que pueda ser. De hecho, en el año 2005, unos científicos de la
Universidad de Cardiff afirmaron haber detectado una galaxia compuesta
exclusivamente de ese tipo de materia. Estamos hablando, aunque sea en forma
bien simplificada, del "problema de la masa desaparecida", que constituye uno de
los más importantes de la cosmología moderna.
Aunque pueda parecer ciencia ficción, lo cierto
es que físicos bien acreditados consideran la posibilidad de múltiples universos
de existencia paralela imposibles de detectar, no es extraño entonces que
siempre se haya afirmado que los escalones superiores de la ciencia colindan con
la teología, con la poesía también. Vivimos en una terra incognita, un
territorio aún no explorado por el hombre, y sin embargo de manera petulante nos
hemos considerado durante siglos los “reyes de la creación”, ¿de cuál? Ni
siquiera la razón nos sirve para nada desde el momento en que opera con
instrumentos hechos a nuestra medida, por tanto limitados y quizás enteramente
falsos.
Gracias a Voltaire sabemos que, cierto día del
siglo XVIII, Micromegas, proveniente de la lejana constelación de Sirio, llegó a
la Tierra aprovechando los oportunos movimientos de un cometa. Se encontró allí
con unos miembros de la Academia francesa, singularmente infantiles y fatuos,
pensaban que eran unos sabios cuando en realidad vivían en la más tremenda
oscuridad. Como ellos, los hombres de todas las épocas han organizado el mundo
al estilo de una representación teatral con un inicio, desarrollo y final que
les proporcionaba la certeza necesaria para funcionar, el simple transcurso del
tiempo les ha demostrado siempre su falsedad y ridiculez.
El mundo moderno se ha construido sobre la base
del cogito ergo sum, sin tener en cuenta que el pensamiento puede ser un simple
sueño. Probablemente, Descartes hubiera estado más acertado si, en su lugar, se
hubiera limitado a afirmar: sufro, luego soy, pues es el dolor de los hombres lo
único que puede probarles la realidad de su existencia. En el De profundis
encontramos: “Desde lo más profundo grito a ti, Yahveh: ¡Señor escucha mi
clamor! ¡Estén atentos tus oídos a la voz de mis súplicas!”. ¿Nos contestará
alguna vez?