4
velozmente, que se demoraba demasiado en quedar fuera del oídopor completo, que, incluso entonces, dejaba en el aire, en algunaparte, aquel eco tenue, levemente histérico, abyecto, casi doliente,sin el significado de que ante él huyera una forma no vista,comedora de hierba, de color de humo, y Sam, que le habíaenseñado antes que nada a montar el arma y a tomar una posicióndesde donde pudiera dominar todos los ángulos, y, una vez hechoesto, a quedarse absolutamente inmóvil, se había movido hastasituarse a su lado; podía oír la respiración de Sam sobre su hombro,podía ver cómo las aletas de la nariz del viejo se curvaban al atraerel aire a los pulmones.-Ajá -dijo Sam-. Ni siquiera corre. Camina.-¡Old Ben! -dijo el chico-. Pero ¡aquí! -exclamó-. ¡Por esta zona!-Lo hace todos los años -dijo Sam-. Una vez. Acaso para ver quiénestá ese año en el campamento; si sabe disparar o no. Para ver sitenemos ya un perro capaz de acorralarlo y retenerlo. Ahora a ésosse los llevará hasta el río, y luego hará que vuelvan. Será mejor quetambién nosotros volvamos; veremos qué aspecto tienen cuandoregresen al campamento.Cuando llegaron, los perros estaban ya allí; había diez, y seacurrucaban al fondo, debajo de la cocina; el chico y Sam, encuclillas, escrutaron la oscuridad: estaban apiñados, quietos, con losojos luminosos centelleando hacia ellos y esfumándose; no se oíasonido alguno, sólo aquel efluvio de algo más que perruno, másfuerte que los perros y que no era sólo animal, no sólo bestial, puesnada había habido aún frente a aquel abyecto y casi doliente ladridosalvo la soledad, la inmensidad salvaje, de forma que cuando elundécimo perro, una hembra, llegó a mediodía, para el chico, quemiraba junto a todos los demás -incluido el viejo tío Ash, que seconsideraba antes que nada cocinero- cómo Sam embadurnaba contrementina y grasa de eje de carro la oreja desgarrada y el lomo
Dejar un comentario