4
PRIMERA PARTE
IAquel año las naranjas fueron más abundantes que de costumbre.Centelleaban como linternas en los arbustos de bruñidas hojas verdes,chisporroteaban entre la arboleda bañada de sol. Parecían ansiosas porcelebrar nuestra partida de la pequeña isla; el tan esperado mensaje deNessim había llegado ya, como una cita al Submundo. El mensaje que enforma inexorable me haría regresar a la única ciudad que para mí había flotadosiempre entre lo ilusorio y lo real, entre la substancia y las imágenes poéticasque su solo nombre me evocaba. Un recuerdo -me decía-, un recuerdofalseado por los deseos e intuiciones apenas realizados hasta entonces en elpapel. ¡Alejandría, capital del recuerdo! Todas aquellas notas manuscritas,robadas a criaturas vivas y muertas, al punto de que yo mismo me había con-vertido en algo así como el post-scriptum de una carta eternamenteinconclusa, jamás enviada.¿Cuánto tiempo había estado ausente? Me era difícil precisarlo,aunque el tiempo calendario proporciona un indicio demasiado vago de losiones que separan a un ser de otro ser, un día de otro día; y durante todoese tiempo yo había vivido en realidad allí, en la Alejandría del corazón demi pensamiento. Página tras página, latido tras latido, me había entregadoal grotesco mecanismo del que todos hemos participado alguna vez, tantolos victoriosos como los vencidos. Una antigua ciudad que cambiaba decolor a la luz de pensamientos colmados de significación, que reclamaba aviva voz su identidad; en alguna parte, en los promontorios negros yespinosos del África, la verdad perfumada del lugar permanecía viva, lahierba amarga e intragable del pasado, la médula del recuerdo. Habíacomenzado una vez a ordenar, codificar y anotar el pasado antes de quese perdiese para siempre - tal era, en todo caso, la tarea que me habíapropuesto. Pero había fracasado (¿sería tal vez irrealizable?), pues ni bienlograba embalsamar con palabras alguna faceta de aquel pasado, irrumpíade pronto un nuevo modo de conocimiento que desmoronaba toda laestructura, y el esquema se desmembraba para ensamblarse una vez másen figuras inesperadas, imprevisibles."Recrear la realidad", escribí en alguna parte; palabras temerarias ypresuntuosas por cierto, pues es la realidad la que nos crea y recrea en sulenta rueda. Y sin embargo, si la experiencia de aquel interludio en la islame había enriquecido, era tal vez precisamente a causa del rotundofracaso de mi tentativa por registrar la verdad interior de la ciudad. Meencontraba ahora cara a cara con la naturaleza del tiempo, esa dolenciade la psique humana. Tenía que aceptar mi derrota frente al papel, y sinembargo, de manera bastante curiosa, el acto de escribir había dado