Cuando Eros conoció a Tánatos
El hombre entiende la amistad y el amor desde la muerte. La mujer desde la vida.
Estas sencillas palabras encierran detrás un complejo planteamiento
que, espero, pueda quedar entendido a continuación. Lo primero es que debemos
partir de la aceptación de que existen dos cerebros, uno masculino y
otro femenino, que no son totalmente diferentes, sino sólo en algunos
elementos. No es una cuestión de establecer en qué es mejor cada uno,
sino de asimilar los puntos de convergencia y divergencia de ambos y
observar qué repercusiones tiene esto en la creación de la estructura
cultural, política, social, económica, etc. Es más, no se trata de aptitudes,
ya que estas pueden ser suplidas de diferente forma (por ejemplo, igual
que alguien que ha perdido parte de su capacidad cerebral de hablar la
recupera reconfigurando su cerebro) y ambos, hombres y mujeres, pueden
acabar desarrollando las mismas actividades. Se trata, en realidad, de la forma en la cual afrontan lo que media entre el nacimiento y la muerte, es decir, la vida.
Nos
dice Nolasc Acarín, neurólogo: "Entre hembras y varones hay
diferencias, de siempre conocidas, en la función reproductora, que se
corresponden con estructuras cerebrales también diversas, especialmente
en lo que refiere al aparato hormonal. Pero hay más diferencias. Las
mujeres tienen unos cuantos millones más de fibras nerviosas que los
varones en la conexión entre la parte derecha y la izquierda del
cerebro. Gracias a esta diferencia son capaces de comprender
una determinada situación con echar un vistazo, mientras que a los
varones a menudo nos han de explicar las cosas con detenimiento". Como
bien señala además la doctora Brizendine, neuropsiquiatra de la
Universidad de Berkeley, las mujeres emplean ambos hemisferios en las respuestas emocionales mientras que los hombres tan solo uno.
Un elemento fundamental reside en la amígdala, una suerte de "sistema
interior de alarma y coordinación" (Brizendine 2007) que permite
conectar los sistemas corporales a los estímulos emocionales. Juega un
papel clave en ello el hipotálamo, que apoya la actividad de la amígdala
dado que esta coordina la presión de la sangre, los latidos cardíacos,
la respiración, y alerta al córtex de cuánta atención necesita lo
emocional (teniendo en cuenta que la emoción es un proceso cognitivo
sensorial). La amígdala femenina se activa más fácilmente por cuestiones emotivas,
lo que motiva un hipocampo mucho más desarrollado que les permite
almacenar datos, agradables o no, con una mayor precisión que en el caso
masculino. El hombre, en cambio, tan sólo registra las situaciones con suma precisión en los casos de amenaza o violencia.
La
configuración del cerebro resulta fundamental en la constitución de las
relaciones sociales.
Mientras que entre los 17-19 años el cerebro masculino comienza una
etapa de "meseta hormonal" hasta prácticamente su vejez, las mujeres
tienen oscilaciones en sus diferentes etapas. Prueba de ello es la
maternidad, ya que durante la gestación, parto y lactancia se generan hormonas que hacen el cerebro más flexible (Brizendine 2007). Esto permite a las mujeres desarrollar mejores destrezas para gestionar varios asuntos al mismo tiempo,
aplicar la versatilidad y la practicidad por igual, así como ser
afectivas y objetivas a la par, tomando decisiones con mayor fluidez en
situaciones imprevistas.
Otro caso es la etapa de la perimenopausia, de dos a nueve años antes de la menopausia. El cerebro se vuelve menos sensible al estrógeno provocando un caos entre los ovarios y el cerebro.
Suelen producirse períodos de depresión, especialmente conforme se
acerca la menopausia propiamente dicha. Menos estrógeno puede provocar
menos serotonina (Brizendine 2007), norepinefrina y dopamina, e incluso
alterar el sueño y con ello el comportamiento social. Según los
investigadores, tres de cada diez mujeres mantienen ciertos síntomas
incluso tras la menopausia. Nos dice Brizendine: "La súbita pérdida de
estrógeno, así como de la testosterona [hormona de la agresividad], dispara
síntomas en los que se incluyen la baja energía, la minusvaloración y
la reducción de la libido; así como también el mal humor, los cambios en
el sueño y los sofocos. La mayoría de las mujeres que sufren
histerectomías totales pueden evitar dichos problemas si comienzan una
terapia sustitutiva de estrógeno en la sala de recuperación o, incluso,
antes de entrar en el quirófano. El tratamiento temprano con estrógeno
puede ser especialmente importante para proteger la función de la
memoria en la posthisterectomía, como han sugerido los estudios de
Barbara Sherwin. Para las mujeres -incluso para las que han pasado
la menopausia- conservar las conexiones y apoyos sociales es una manera
importante de reducir los agobios propios de vivir solas y hacerse
mayores. Las mujeres responden al estrés de modo diferente que los hombres y sacan más beneficio del apoyo social.” Junto a esto, la mujer pierde en torno a la cincuentena un 70% de la testosterona que poseen dado que las glándulas adrenales disminuyen su producción. No es un caso exclusivo ya que los
hombres también ven disminuida esta cantidad de testosterona aunque en
una cantidad ligeramente menor.
Ni todo es cultura, ni todo es biología en las relaciones
La neuróloga Badinter expone un estudio de Gilmore en el cual se muestra cómo los hombres necesitan mostrar mediante pruebas de virilidad su valía.
Generalmente estas pruebas tienen que ver con la valentía, la
impasibilidad al dolor, el desprecio a la muerte. Este asunto es de
vital trascendencia. Ante la imposibilidad de llevar a cabo el
nacimiento, dado que el hombre es instrumento esencial pero no
primordial en el mismo, el otro tránsito que se produce en la vida es la
muerte. El dolor físico y la soledad surgen como respuesta al final de
la etapa infantil con el desapego respecto a la madre (Brizendine 2009). De hecho, los
niveles de testosterona aumentan notablemente durante la pubertad
liberando una respuesta progresivamente más violenta en el joven. La
creación de ritos de paso masculinos suelen ir asociados a cómo el niño pasa a ser admitido como hombre entre los que son sus semejantes.
Es fundamental que entendamos la cultura como represión de los instintos, una especie de cauce hacia las pasiones biológicas. Al respecto, nos dice Genaro Chic que la cultura permite
crear una "jaula de libertad" marcada por las leyes en la que se impide
que cualquier miembro del grupo aplique la muerte a otros de forma
arbitraria. “Las pulsiones sexuales también causan desasosiego y pueden llevar a enfrentamientos dentro del grupo si se deja a los individuos que procuren satisfacerlas libremente. Por ello la institución más antigua conocida en los grupos humanos es la del matrimonio,
que regula el reparto de los machos entre las hembras (o viceversa, con
más frecuencia). La naturaleza queda así reprimida.”
Amor y muerte quedan en la estructura cultural, que suele ser casi siempre masculina, entrelazados irremisiblemente. La cultura impone ritos, y desde antiguo se crearon ceremonias que unían lo erótico con lo tanático a través de la orgía (de ‘orgás’, tierra fecunda, ‘orgiasmós’ u orgasmo, paroxismo de la celebración) manteniendo así el vínculo con el mundo de lo divino, que la cultura amenaza.
"Que la represión superior del masculino mundo guerrero –el de la
fuerza física- llevara a una persecución bastante general del femenino
mundo brujeril –el de la mayor fuerza mental- es ya otro tema”.
Para Bataille esto constituye un acontecimiento fundamental, permitiendo
al hombre concebir una escena social, la de la fiesta, como un marco de
recuperación de la alegría-dolor de la vida al huir de su gran miedo:
la muerte. Freud en El malestar en la cultura expone perfectamente que aquello que más miedo da a los hombres es lo inevitable, la muerte, dado que el nacimiento sí puede ser evitado y controlado. El "sacrificio" (de sacrum facere, hacer sagrado) es entendido así como una forma de recuperar la muerte para los dioses. Esto lleva a prohibirla en el marco de relaciones terrenales. Los
impulsos biológicos quedan así encauzados a través de exaltaciones
controladas, como sucede con las ingestas de alcohol masivas permitidas
en determinados acontecimientos como el carnaval. Es curioso, además,
que "fue la aludida represión cultural la que llevó al hombre a
ser capaz de leer y escribir, permitiéndonos abstraer y situarnos en el
tiempo, generando tanto la esperanza como la ciencia, y por ende vivir
apartados de la muerte individual cada vez en mayor medida, al
potenciar nuestra capacidad predatoria. Fue la cultura, paradójicamente,
la que inventó el negocio del ocio, o sea la fiesta organizada.”
(Chic)
Bataille
traza a la perfección la relación entre la represión de la cultura y la
expresión biológica. Sus conceptos de continuidad y discontinuidad
parten de una idea: el individuo es un ser aislado, discontinuo
del resto de seres humanos por una razón física que no se manifiesta
igual en hombres y mujeres. Mientras que éstas tienen en el acto de
parir un vínculo biológico con otro ser humano de forma directa (algo que Brizendine, por ejemplo, pone de relieve en El cerebro femenino), el hombre requiere de una búsqueda constante de esa continuidad. Para Bataille, la salida estaría en el erotismo,
un concepto que hay que abordar desde una perspectiva mucho más allá de
la puramente biológica. Con frecuencia se tiende a banalizar la forma
en la cual los hombres abordan las relaciones amorosas y el sexo.
Comte-Sponville (2012) dice al respecto que "las mujeres inventaron el amor, y los hombres el sexo,
lo que no implica que las mujeres también disfruten del sexo y los
hombres también lo hagan del amor". Es decir, al asumir que la relación
se establece en dos niveles, el cultural y el biológico, lo
erótico es un camino comunicativo a través del cual se busca un enlace
con la continuidad. El erotismo constituye un buen ejemplo, deseado por
el hombre (en su cerebro lo visual es fundamental en el sexo) y
practicado por la mujer (cuyo cerebro responde de un modo más amplio y
conductual al acto sexual, de ahí que posea más zonas erógenas). La esfera de lo erótico es amplia, se amplía a los campos del arte, la mística o el amor.
Sin embargo, nos dice Bataille que "Estando
la continuidad del ser en el origen de los seres, la muerte no le
afecta. O incluso al contrario: la muerte la manifiesta. Este
pensamiento debería ser la base de la interpretación del sacrificio
religioso, al cual la acción erótica se le puede comparar (…)
En el sacrificio, no solo hay desnudamiento, sino que además se da
muerte a la victima (…) La victima muere, y entonces los asistentes
participan de un elemento que esa muerte les revela. Este elemento
podemos llamarlo, con los historiadores de las religiones, lo sagrado
(…) Quien me haya seguido entenderá ahora, en la unidad de las formas
del erotismo, el sentido de la frase: ‘No hay mejor medio para familiarizarse con la muerte que aliarla a una idea libertina’
(Sade). Permite entender en ella la unidad del terreno erótico que se
nos abre si rechazamos la voluntad de replegarnos sobre nosotros mismos.
El erotismo abre a la muerte.”
El hombre, frente a la mujer, es un ser en eterna discontinuidad y por ello la busca. La mujer también, hasta que la halla.
Para el hombre constituye una búsqueda en la cultura que reprime la
biología en la cual la encuentra la mujer. Las diferencias hormonales en
el cerebro llevan, según Brizendine, a una mayor agresividad por parte
del hombre, como también manifiesta Badinter (quien por cierto pertenece
al movimiento feminista). ¿Qué papel juega entonces el
sacrificio vinculando continuidad y muerte? El sacrificio ha sido entendido como un mecanismo por el cual se accedía a la plenitud de lo divino.
Tanto Levêque como Kerényi exponen un concepto de religión antigua en
la cual el Ser (y con ello la plenitud y la continuidad) proceden de la
divinidad. Bataille permite avanzar sobre esa idea al unirlo a un hecho
fundamental: el ser humano es consciente de su propia muerte (los Neanderthales, por ejemplo, no lo eran, que se sepa hasta el momento). Como nos dice Chic, este
conocimiento es lo que provoca una honda angustia en el ser humano, no
tanto el hecho de morir, como el saber que en algún momento se
producirá. La violencia juega en ello una relación fundamental ya que
establece mecanismos para controlar la llegada de la muerte, y su
control y regulación son entregados a la organización de estructuras
sociales que garanticen, en cierto modo, que se producirán cuando la
comunidad lo estime oportuno. "Piénsese que la dimensión trágica de Un mundo feliz,
propuesto por A. Uxley, está en ese pequeño fallo de tener que salir de
esa vida prefabricada por un sistema lógico que ha quitado las pasiones
del comportamiento humano, convirtiéndolo en un ser predeterminado para
ser feliz: la muerte a plazo fijo, ineluctable si se ha roto el ritmo
natural de la vida que lleva a la continua transformación." (Chic
García)
La
cultura surge, pues, en respuesta sacrificial al conocimiento de la
muerte, y como opuesta al nacimiento, construye los dos tabúes de la
humanidad: el sexo procreador (organizado a través del matrimonio, de
cualquier tipo) y la muerte (mediante leyes penales). De ahí que toda
sociedad castigue duramente el comportamiento fuera de los cauces
establecidos para ello, salvo cuando se generen válvulas de
escape periódicas para no hacer insoportables las ataduras de
la cultura. Maffesoli habla, por ejemplo, de las expresiones del Carnaval en
la cual se ponían de manifiesto todos los aspectos de la vida (a través
de las orgías) y la muerte. De esta forma se permite una continuidad
controlada con el Ser divino, que no está atado a la cultura por estar
ya pleno, sino que se comporta bajo un estímulo natural y salvaje. Un
ejemplo lo constituyen también las romerías, cuyo
origen se remonta a las procesiones en honor de diosas protectoras como
Atenea cuando no directamente de la fertilidad como Démeter, Isis o
Astarté. El trasunto actual de nuestras romerías conlleva una parte religiosa que permite servir de puente entre la vida natural y la cultural, el Estado y el Salvajismo. El
acto religioso asociado a la fiesta consigue una represión cultural a
la vez que permite una satisfacción de necesidades básicas. Lo sagrado se convierte así en el sentimiento de la realidad.
Junto a este acto religioso-sexual para romper el tabú del sexo, tenemos el acto religioso-tanático del sacrificio. En él se constituye la entrega mortal de algo vivo preciado por el hombre. Incluso en el cristianismo el cuerpo de Cristo es entregado
produciéndose para el creyente la transustanciación del pan y el vino
en el cuerpo y la sangre nada menos que del Hijo de Dios. Si la orgía exalta la entrada en la vida (continuidad), el sacrificio exalta la salida de la misma (discontinuidad). Al existir como un ser para la muerte, el
hombre recurre antes al sacrificio que a la orgía, tendiendo "a
reprimir la segunda como tiende a reprimir en general todas las
manifestaciones de esa vida femenina a la que teme por su
potencia irresistible al situarse en un nivel que va más allá de la
fuerza física. Porque aunque el varón no supiera que los millones de
conexiones neuronales entre los dos hemisferios del cerebro que se dan
en las hembras en demasía sobre los machos las hacen más potentes en su
comprensión holística (universal, globalizadora) del mundo, siempre lo
ha (lo hemos) presentido." (Chic García)
La búsqueda de la continuidad partiría, pues de una cultura alrededor de la muerte y una regulación del deseo. En este sentido, la mayor parte de los filósofos, especialmente los occidentales, han asimilado el deseo a una relación más allá de la sexual. Piénsese por ejemplo en Montaigne, que se refería a su fallecido amigo Étienne de la Boétie, en los siguientes términos: «lo amaba porque era él, lo amaba porque era yo». No se refiere a una continuidad de carácter sexual, sino de una amistad basada en compartir también una vida, en este caso intelectual.
La
era postindustrial hizo que algunos de los mecanismos represores de la
cultura y sus válvulas de escape, como el sacrificio y la orgía según se
ha visto, variaran considerablemente. Si uno observa con
detenimiento el arte desde Turner, puede encontrar un camino de colapso
en la relación civilización-salvajismo en tanto que ruptura y
reconciliación del ser humano con ambos. Como expone Erika Borney en Las hijas de Lilith, en
el siglo XIX la consolidación de un código moral basado en
el protestantismo y la revitalización del cristianismo,
trajeron consigo una mayor severidad en los códigos sexuales, señalando
la figura de la mujer como elemento indiscutible del pecado, y además
como elemento de la represión sexual. Levy Strauss vio al incesto,
institución universal, como origen de la represión sexual. Las obras de
Moreau, Khnopff o Redon se llenan de mujeres inquietantes
donde se transmite el miedo de la naturaleza, el
salvajismo y lo biológico, asociados a lo femenino. Esto habría de
alargarse hasta comienzos del siglo XX, cuando el mito de
Orfeo, donde lo sexual y la muerte se encuentran estrechamente unidos,
se plasme en la película que lleva su nombre dirigida por Jean Cocteau.
Sin
duda es Baudelaire el que mejor ejemplifica cómo se adaptan los puntos
de partida del hombre y la mujer en las relaciones sociales a partir de
la era postindustrial. En sus poemas y en sus Cartas, encontramos un concepto de continuidad basada en la Belleza artística que no dista de un ideal platónico.
La Belleza permitiría acceder a una idea superior sobre lo natural,
permitiendo reconocer la naturaleza como una imagen de la cultura. La
Belleza haría referencia de este modo a lo "infinito", que no puede ser
amado porque no es conocido, pero sí puede ser buscado. La
búsqueda de lo biológico a través de la cultura permitiría según
Baudelaire asimilar la plenitud no desde una cultura que reprime sino
desde una biología que es encauzada.
El
avance científico del siglo XX permitió construir en torno a esta idea
un nuevo marco de relaciones. La fuerza física fue desapareciendo como
elemento de distinción incluso en la guerra. Al requerir un mayor
impulso desde la inteligencia y no desde el músculo, las mujeres
lograron incorporarse a las estructuras culturales manifiestamente
masculinas con una presencia cada vez mayor. Su incorporación como productoras-consumidoras produjo cambios en las normas represoras, legalizándose,
por ejemplo, la venta de preservativos tras la Segunda Guerra Mundial.
Si antaño había que recurrir a la represión sexual como método de
control de lo biológico, hoy los anticonceptivos permiten controlar el
nacimiento dando una mayor rienda suelta a lo sexual.
Curiosamente, con ello están cambiando también los puntos de partida en
las relaciones personales como subraya Comte-Sponville en Ni el sexo, ni la muerte. Y
aunque la mujer en la era postindustrial puede provocar la muerte con
la misma facilidad que el hombre, sigue sin tener ese impulso de la
violencia física que el hombre alberga en el cerebro. Un hombre que, de
momento, tampoco puede parir.
Todo se andará.
Aarón A. Reyes Domínguez
http://elhombrebizantino.wordpress.com/2013/01/08/cuando-eros-conoci-a-tnatos/
Salud
Genaro Chic García