Decadencias
¿Fiesta nazi en París?
No
se alarmen. Vamos a hablar de los cuatro años (1940-1944) en que París
fue una ciudad ocupada por los nazis. Y de su singularidad. Aunque, por
supuesto, se persiguió cruelmente a judíos, masones y resistentes –a los
comunistas sólo al final- el III Reich quiso hacer de París y de la
entonces boyante cultura francesa, una suerte de escaparate.La ciudad
estaba bajo la cruz gamada y las tropas alemanas desfilaban por los
Campos Elíseos. Pero se buscó a un embajador –Otto Abetz- y a un censor
cultural –Gerhard Heller, teniente que no provenía del Ejército- para
que amistasen con la “cultura” francesa e hicieran lo posible para que
todo pareciera normal. Los editores editaban, los galeristas exponían,
había ópera y música y prestigiosos salones literario-mundanos, como el
de la millonaria norteamerica Florence Gould o el Marie-Louise Bousquet.
Los dos alemanes nombrados eran declaradamente francófilos y no eran
extremistas nazis, más bien al contrario. Ayudaron a mucha gente e
hicieron casi que París pareciera culturalmente una ciudad normal. Los
ayudó Ernst Jünger, destinado en la ciudad como militar y que compartía
el talante de Abetz y Heller. Jünger dijo: “La verdadera fuerza es
la que protege.”. Así se volvió a editar la mítica NRF de Gallimard
(pero dirigida por Drieu la Rochelle) y fueron muchos los escritores y
pintores que sino colaboraron, asintieron: No hablo de los
colaboracionistas declarados como Drieu, Brasillach o Combelle –tras la
liberación el primero se suicidó, al segundo lo fusilaron y el tercero
fue a prisión- sino de todos los que vivieron sin grandes problemas y
dejaron vivir: Cocteau –que paseó a Arno Brecker por París, el gran
escultor favorito de Hitler- Colette, famosa por sus libros
escandalosos, Jouhandeau, homosexual declarado, Montherlant, Giraudoux,
Jean Paulhan, el gran crítico cercano a los resistentes, Picasso,
Braque, Gallimard, Mercure de France… Todo funcionó –especialmente en
los primeros años- con una muy tolerante vigilancia de alemanes
tolerantes, incluido el aristócrata Von Stauffenberg, que atentó contra
el “Führer” en el 44.
Es verdad que los alimentos escaseaban, que la vida de los parisinos era más dura y que había muertos, prisioneros y deportados, pero todo ese horror –no negado- queda fuera de las curiosas memorias que ya mayor, en 1981, publicó uno de los artífices de el raro “milagro” parisino, “Recuerdos de un alemán en París 1940-1944. Crónica de la censura literaria nazi” de Gerhard Heller y que acaba de traducir Fórcola Ediciones con prólogo del historiador Fernando Castillo. El libro es ameno y acaso algo autocomplaciente, pero nos hace ver que muchos famosos no lo pasaron mal, que ciertos nazis fueron muy generosos con la cultura francesa y que incluso ayudaron a más de uno a salir de un tropiezo con los ocupantes. Un libro que tiene algo de rara lección y mucha anécdota, pero que no resuelve el problema que aún colea para algunos franceses: Resistentes hubo pocos, pocos colaboradores activos, pero muchos colaboradores pasivos. El pueblo de París sólo se alzó contra Hitler cuando vió llegar a los tanques de Leclerc… ¿Y los escritores, los artistas?